Suchitoto, Gaceta noticias -El Slavador-

Lea con nosotros «Las Cenizas del Comal» de Francisco Martínez Criado

Gracias a Paco (Francisco Martínez Criado) a partir de esta semana iremos compartiendo algunos fragmentos de su libro “Las Cenizas del Comal”.

En esta oportunidad compartimos un fragmento del primer capítulo del libro, una especie de descripción del mundo que recibió y percibió Paco a su arribo a El Salvador y Suchitoto en el año 2009.

Suchitoto Julio 2009

El Salvador es un país bien chiquito, verde, repleto de volcanes, de gente amable y llena de pasiones. Un clima acogedor, caliente en las mañanas, lluvioso a partir de las dos de la tarde y fresco en las noches. Como les digo es bien chiquito, sólo tiene 21.041 km2 (incluidos 247 km2 de lagos) y una de las densidades poblacionales más altas del mundo, con más de 6 millones de habitantes. También es el tercer país más pobre de Mesoamérica, que es el espacio geográfico que va desde los ríos Pánuco y Sinaloa (México) en el norte, hasta la frontera de Panamá con la selva colombiana del sur. Julio Enrique Ávila lo llamó “El Pulgarcito de América”… Tan pequeño, Tan pequeño es, Que podría imaginarse Que cupiera En el hueco de una mano.

Centro América es una tierra dura, tierra de supervivientes, masacrada y saqueada durante siglos de explotación. Conquistadores españoles, terratenientes locales, multinacionales extranjeras, consejos de administración, juntas directivas, corredores de bolsa, fondos monetarios internacionales, iglesias con diferentes dioses pero con similares intereses, todos alimentándose de su sudor y su sangre, todos responsables y culpables de tanta miseria, de tanta injusticia. Una América Latina olvidada en un mundo dividido en dos mitades, la rica y la pobre, El Primer Mundo y El Tercer Mundo… ¿Y en dónde puercas quedó el Segundo?… Separado entre Desarrollados y Subdesarrollados; entre cultos e incultos; el norte y el sur; civilizados y salvajes; los que creen en dios y los que practican supersticiones;  vencedores y vencidos; dominadores y dominados; blancos y no blancos; entre seres humanos y recursos humanos; consumistas del Norte y subordinados del Sur… unas diferencias cada día más crueles e intolerantes, donde se destruye un tercio de la producción agrícola para mantener el precio de los mercados mientras cada día 8.500 niños y niñas mueren de hambre. Los y las salvadoreñas son los hijos e hijas del maíz, de maíz hacen sus tortillas que nunca pueden faltar; el salvadoreño se alimenta básicamente de tortillas, lo demás es el conqué, que le acompaña.

Muchas familias se alimentan exclusivamente de tortillas con un puñado de sal, o con chile picante para engañar el hambre. Del maíz sacan el atol que es una especie de puré que tiene el curioso hábito de entumecer el estomago de todo español que lo pruebe. De maíz también son las pupusas que cenarás 4 o 5 días a la semana; pupusas de frijol con queso, de chipilín, de mora, de cochinillo, de loroco… No intentes buscar alguna comparación con lo que ya conoces, nada es lo que parece. Las pupusas de las que tan orgullosos se sienten los salvadoreños, se acompañan con salsa de tomate y curtido. El curtido se hace con diferentes verduras, algunas frutas y en ocasiones con jalapeño o pico de gallo; todo bien troceado y puesto a macerar en algo parecido al vinagre.  Los botes sucios de curtido expuestos al sol durante horas son los que mejor sabor dan a las pupusas. En agosto se celebra la fiesta del maíz, mezclando sus viejos ritos con las creencias de los conquistadores; el pueblo se engalana para la ocasión, en la procesión de la mañana, multitud de jóvenes ataviados con sus trajes tradicionales acompañan a los símbolos religiosos de la iglesia católica para celebrar la nueva cosecha, como siglos atrás harían sus antepasados con Tonal y Metzti, el Padre del Sol y la Madre  Tierra, hermanos y amantes que en su unión dieron a luz a los Hijos de Maíz.

Lo primero que sientes al pisar las calles de Suchitoto es la sensación de haber viajado en el tiempo, así sería tu pueblo años atrás. Calles empedradas, balcones de forja castellana, paredes grandes blanqueadas con cal, patios solariegos andaluces. La majestuosa iglesia de Santa Lucía escoltada por sus soportales de antiguo abolengo, preside la plaza central que invita a sentarse en algunos de sus asientos de madera a la sombra de sus árboles, el anochecer llega rápido pero plácido en estas latitudes.

Suchitoto tiene el carácter de las ciudades coloniales, emana una extraña serenidad forjada por sus casi dos siglos historia. A un par de cuadras de la plaza central y cerca ya de la plaza de San Martín, se encuentra El Teatro de las Ruinas levantado por el más popular vecino suchitotense, Alejandro Cotto. Cineasta de profesión, llevó hasta sus últimos días su amor por la cultura hasta convertir a Suchitoto en la capital cultural del país. Alejandro Cotto levanta tanta controversia como cualquier otro famoso, idolatrado por unos, vilipendiado por otros, es un personaje inseparable de la historia moderna de la ciudad.

Hoy en día Suchitoto, entre otras curiosidades, cuenta con su propia moneda, el UDI. Muy cerca se encuentra las Cascadas de los Tercios, lugar paradisiaco de obligada visita. El Puerto San Juan es la ventana de Suchitoto al lago Suchitlán. De regreso al pueblo podrás ver pintores dando color a sus cuadros en las esquinas, museos de arte antiguo y moderno, tiendas de artesanía local donde los productos de añil son los reyes. La vida en Suchitoto es aparentemente plácida.

El repartidor de pan dulce te despierta cada mañana con su bocina, mientras reparte en bicicleta peperechas, novias, lazos, orejas, semitas, quesadillas…manjares de pan y azúcar que salen de su canasto. Cualquier esquina es válida para un puesto de frutas tropicales de variados colores, formas y sabores, no volverás a probar frutas semejantes. El zapatero remienda, martillo en mano y clavos entre los dientes, los zapatos rotos de tanto vagar. El herrero golpea con fuerza el hierro que se calienta en las brasas alimentadas por el fuelle artesanal. El trapiche convierte la caña de azúcar en rico jugo; de la caña y del maíz también sacan de forma clandestina la chicha y el chaparro, bebidas que te tumbarán cada vez que las pruebes.

En la plaza te espera el vendedor de minutas, pica el hielo con un artilugio artesanal, luego lo rocía con jarabe de colores. Comerás helados de mango y guanábana. Tajaditas de plátano frito aliñadas con queso rallado, kétchup y curtido picante, también al mango y al pepino le cambian el sabor añadiendo cualquier cosa que pique. Por las calles caminan incansables vendedores de crece-pelo, de mariguanol loción infalible para curar cualquier enfermedad, vendedores de huacales de plástico, de sombreros de pita o hamacas decabuya.

Ese es tu destino, el lugar en el que trabajarás los próximos años para cambiar la realidad de las familias menos favorecidas, aunque al final y sin darte cuenta serás tú el que irá cambiando; el que aprenda que el más rico no es el que más tiene sino el que menos necesita, el que compruebe lo difícil que es la vida lejos de los países que se llaman a sí mismos ricos y desarrollados; y que alguna veces, la felicidad no está en la cantidad de desarrollo que consigue acumular un pueblo, sino en la porción de su propia cultura que consigue sobrevivir al mismo. Recibirás una cura de humildad, un curso intensivo de empatía y la sensación de ver el mundo con otros ojos, de valorar las cosas con el corazón y no con la cabeza. Te harás más humano al fin.

La primera vez que visites las comunidades se romperá algo dentro de ti. Por mucho que hayas leído, que te hayan contado; nunca se está lo suficientemente preparado para el choque que te espera. Familias enteras hacinadas en viviendas de apenas unos metros, con paredes levantadas con barro y cañas, bahareque le llaman a esa formas de construcción. Suelos de tierra, ropa apilada en las esquinas, apenas una bombilla que ilumina malamente la única habitación de la casa. En una esquina un viejo horno al lado de la cabecera de una cama. Una cortina marca la separación entre la intimidad de los padres y la de sus hijos. Animales por todos lados, gallinas poniendo sus huevos bajo las sillas de plástico; perros esqueléticos te rodean nada más verte. Niños desnudos y sucios correteando entre el barro y los chanchos.

Lugares donde la pobreza y el aislamiento, el difuso concepto del pecado que dejaron los primeros conquistadores españoles y que para nada nos es ajeno, la ignorancia, los tabúes sexuales, y una agobiante falta de autoestima sumen al hombre y la mujer en lo más elemental de su ser, a una vida basada en la simple supervivencia. Hay comunidades perdidas, que pasan la mayor parte del tiempo incomunicadas, lugares donde apenas llega la luz eléctrica y mucho menos al agua potable.

Viviendas construidas con plásticos, con chapas de anuncios de coca cola, con cañas de bambú, cualquier cosa vale con tal que de sombra y no cueste dinero. Los más afortunados levantan sus paredes con ladrillos de adobe, donde anida la chinche del Chagas, que picará a toda la familia contagiándola de la enfermedad, una enfermedad tropical, una enfermedad de pobres que deja miles de muertos cada semana pero que los grandes laboratorios de las farmacéuticas prefieren olvidar para centrar sus estudios y conocimientos, hasta su materia prima, en fabricar cosméticos y perfumes para que personas que viven lejos del mal de Chagas, luzcan su delicado cutis mientras cambian de canal de televisión para no ver a esos “pobres negritos” que se mueren porque les pican un extraño insecto.

Luego irán a misa, con su cutis brillante y oliendo a perfume caro, rezarán con todo descaro por esos niños pobres sin la menor intención de renunciar a esos cosméticos, que según ellas, les ayudan a engañar a la vejez. Algún día, la chinche del Chagas llegará a los países ricos, y entonces sí, entonces las farmacéuticas tardarán poco en desarrollar la vacuna que acabe con el mal. Para salvar las vidas a los mismos que antes le compraban sus cosméticos, Fidelidad al cliente ante todo.

La palabra pobre tiene género y tiene sexo, sexo femenino, claro. Desde su nacimiento se discrimina a la mujer. Cuando nace un bebé y es niño, se regalan pollos, una gallina india para celebrar, pero si es mujer, hasta las condolencias les dan a los padres. De ahí en adelante serás la que cuide a tus hermanos varones, la que soportes a tu esposo, serás la única responsable de la educación de tus hijos, y velarás por la vejez de tus padres y suegros. Tus necesidades a nadie le importan, solo tus manos para barrer, fregar y cocinar.

La pobreza tiene rostro de hembra. Lavan ropa ajena y propia en las orillas de los ríos, golpeándola contra las piedras; cultivan la tierra, amamantan a sus hijos y a los que no lo son; limpian con afán sus humildes casas, muelen el maíz, tortean al amanecer, hacen el café que después el marido es el primero en probar y que derramará por el suelo si no le gusta; terrible ofensa no hacer buen café para su hombre, para su marido y su dueño. Acarrean la leña para el fuego, acarrean el agua en huacales sobre sus cabezas desde la quebrada cercana utilizando una vieja toalla enrollada para no herir su cuero cabello, yagual le llaman.

Mujeres que se preocupan por que sus hijos varones vayan a la escuela y que sacan a sus hijas para que trabajen en la casa. Las que agarraron el fusil para ir a la guerra y lo soltaron para empuñar la escoba. Las mujeres, siempre el pilar de la familia y sus comunidades. Las últimas en comer, las primeras en aguantar verga. Una mujer viuda con diez hijos, su marido murió mientras trabajaba y el patrón sólo se limitó a comprar un miserable ataúd que apenas aguantó el tiempo necesario para la vela. Ahora tiene que agarrar cualquier trabajo, cualquiera por unas cuantas monedas. Entre ella y el mayor de sus hijos, han sustituido a su marido en el antiguo puesto, pero entre los dos ganan aún menos que él, porque el patrón les descuenta el costo del ataúd y las supuestas pérdidas que le ocasionó la muerte de su antiguo empleado. “Un caso extremo” te dicen. El problema es que hay cientos, miles de casos extremos.

Otra mujer camina descalza con los zapatos envueltos en una toalla, al llegar al pueblo se los pone y al terminar de hacer las compras se los vuelve a quitar y envolver; son los únicos zapatos que posee. En “La Avenida”, “La Castillo”, “La Celis”, en “Zurita”, “Centenario”, “Bolívar” o “Barrios” en pleno San Salvador, hay mujeres que se prostituyen por poco más que una tortilla, empujadas por el hambre o la violencia. Una cora, es decir, 25 centavos de dólar, apenas unos 15 céntimos de euro, un lengüetazo, esto es sexo oral; algo más, un collar de perlas; 5 dólares, unos 3 euros, un servicio completo.

Las mujeres en una acera, los transexuales en la de enfrente, para que sus clientes no se confundan, no vayan a perder su magnífica masculinidad que con tanto orgullo exhiben, por respirar el mismo aire que los invertidos. El SIDA que trajeron consigo los soldados estadounidenses cuando se instalaron las bases gringas, campea en estos lugares arruinando la vida de los incautos. Te llamará la atención que todos hablen de ellas, que sepan dónde están, que a cada rato aprovechen para pasar por la Avenida en sus quehaceres diarios, para mirarlas como se mira a la carne en un mercado; pero nunca nadie confesará haberlas visitado… ¡Santa María de la Hipocresía! …Ruega por nosotros.

Una niña es cambiada por una vaca. Tras intervenir las ONGs de la zona y la policía la niña es devuelta al hogar, el padre encarcelado. Unos días después la madre vendrá a pedir que dejen libre a su marido o que alguien se haga cargo de la alimentación de sus demás hijos, pues el trabajo del padre y la vaca recién adquirida a cambio de la hermana mayor, es el único sustento de familia. Al final el padre será puesto en libertad, y la niña, ya embarazada del dueño de la vaca, no tendrá más remedio que irse con él.

Hay zonas aisladas, donde los padres consideran que son ellos quienes tienen el derecho de desvirgar a sus hijas, porque son suyas y les pertenecen; antes de que venga uno de fuera a hacerlo. En ocasiones las niñas huyen para terminar cayendo en las redes de las mafias que las obligan a prostituirse, otras optan por buscar marido a cualquier precio y se casarán con apenas 13 o 14 años con alguien que las tratará aún peor. Algunas pasan las noches en el monte escondidas, o en los potreros durmiendo entre los animales, incluso en el tejado de la vivienda para no pasar otra noche con su abusador.

Esas son cosas de familia y nadie en la comunidad interviene. Según datos de las Asociaciones Feministas Salvadoreñas, el 70% de los abusos en menores se lleva a cabo en el seno de la familia. UNICEF, en un estudio sobre la pornografía infantil, nos dice que en el 72% de los abusos, los responsables son los padres, un 22% son del entorno familiar y solo un 6% personas no conocidas. Según la ONG mexicana PROTÉGEME, el 90% de las víctimas son niñas y un 10% niños, el perfil suele ser niña de entre 6-7 años y adolescentes entre 10-12, con fuertes carencias afectivas, procedentes de casos de maltrato intrafamiliar o de abandono. (Datos obtenidos del libro: Los demonios del Edén, de Lidya Cacho).

Las personas con síndrome de Down son consideradas un castigo de dios, por eso las esconden, para no mostrar a los demás sus pecados. En el municipio de La Libertad, Departamento de Comayagua, Honduras; una cooperante española descubrió una mujer con síndrome de Down de edad indefinida, encerrada como un animal en una jaula en el patio. No sabía hablar, apenas podía andar, comía directamente del plato en el suelo, sin utilizar las manos. Tras la denuncia, la policía se la llevó y la encerró en el calabozo… ¿Qué más podían hacer si no existe ninguna institución para ella? Días después, la policía la devolvió a sus padres, incapaces de seguir manteniéndola con su propio dinero. Allí siguió, y allí seguirá, en casa como siempre, como un animal enjaulado.

En el mercado de San Francisco Gotera, en El Salvador, una familia de enanos recorre las calles entre aplausos e insultos. Adelante va el de más edad anunciando su presencia con una campana, detrás las mujeres y otros jóvenes golpeando el suelo con varas y recogiendo la limosna que algunos se atreven a dar, por último camina el más joven, maneja unas especie de bolas de trapo tan sucio como su propia ropa, intenta un truco de malabarismo inútil, las bolas terminan por el suelo entre las chanzas de los asistentes, eso les anima y caen nuevas limosnas.

No hay lugar para el lisiado, para el débil, para el diferente. Muchos de ellos terminan en las calles, alcoholizados como los ancianos que no tienen hijos que se hagan cargo de ellos y ya no pueden trabajar, o simplemente ya no encuentran quien les contrate. La miseria que se lee en las paredes sucias y abandonadas, en los niños y niñas vendiendo a cora una bolsa de cacahuetes a los turistas.

Y aquí estás, dispuesto a levantar una carpintería con un puñado de chicos de la comunidad Agua Caliente del cantón El Caulote en Suchitoto, ese es tu objetivo y tu reto. A ratos se convertirá en pesadilla, pero al cabo comprenderás que es un sueño del que nunca quisieras despertar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio esta protegido por reCAPTCHA y laPolítica de privacidady losTérminos del servicio de Googlese aplican.

Publicaciones

Scroll al inicio