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Los amaneceres de Miriam Nathaly Menjívar

Por Francisco Martínez Criado

Miriam Nathaly Menjivar se levanta mucho antes del amanecer. A esa hora el Cerro del Embrujo, allá por El Zancudo, se presenta plateado bajo la luz del Dios Luna, Señor del Espejo Humeante. Todavía ululan los últimos tecolotes y el coyote, siempre incansable, siempre tenaz, recorre la quebrada buscando su micoleón de cada día para llevarse a la boca. Por todo el cerro se comienzan a intuir las sombras en las casitas de adobe que poco a poco van despertando.

Miriam Nathaly Menjivar se levanta bien de mañanita, mucho antes que su padre y sus hermanos. Cuando sale de su humilde catre en el último rincón del no menos humilde ranchito donde viven todos apiñados, su mamá ya encendió el fuego y calienta el comal. Las cenizas, blancas como el cabello de las brujas buenas del busque, se desparraman por el suelo de arena apelmazada.

Después baja a la quebrada con el huacal en la mano, una toallita que utilizará como yagual en la otra, con él podrá trasportar el agua sobre su cabeza más fácilmente. Agua para hacer el café, para asearse y lavar los trastes. Agua que en la mayoría de las viviendas de Nauhaterique, en la mera frontera entre Honduras y El Salvador, nunca sale del chorro, porque aquí todavía no llegó el agua potable.

Al llegar cerca de la quebrada el viejo venado, que pasó la noche escondido en el charral, corre espantado. Algunas mujeres ya hacen el camino de vuelta, suben la colina a oscuras tratando de no tropezar con las piedras del suelo. Las hay jóvenes compañeras de Miriam, otras son mujeres adultas, casadas, solteras, viudas, también ancianas que abandonadas por sus hijos o por el destino, parecen cargar la pena de todas sobre sus espaldas.

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Cuando llega arriba del cerro, donde queda su casita, su papá ya vigila la puerta. Severo, seco, ceñudo. A sus espaldas el fuego del comal proyecta extrañas luces y sombras sobre su figura. Un estremecimiento recorre la espalda de Miriam Nathaly Menjivar. Al cruzarse en la puerta, el papá deja ir un gran caño de humo de tabaco y saluda a su hija.

Despierta a sus hermanos pequeños, les ayuda a vestir, mientras su mamá acaba de echar las tortillas del desayuno. Algunos días, los menos, el desayuno viene acompañado de un puño de frijoles y huevo, un guineito asado o tajadita de yuca, otros, los más, sólo la tortilla con sal y café.

Para ir a la escuela camina hora y media hasta Rancho Quemado, ya a este lado de la frontera, en El Salvador. Porque ella y su familia son salvadoreños, aunque vivan en Honduras. A veces, su papá habla con otros hombres de la comunidad de un Fallo en un Tribunal lejano, y dicen, que desde entonces todo fue a peor. Al alba, los primeros rayos del Dios Sol la bañan de luz ya cerca del puesto fronterizo del Paso del Mono donde un grupo de niños y niñas hacen cola con sus documentos migratorios en mano.

Justo al pasar la frontera, Doña Olimpia, la Niña Olimpia, reparte entre los más pequeños café de maicillo elaborado con canela y pimienta, a veces pan dulce que ella misma prepara en su viejo horno de leña. A Miriam Nathaly le fascina el pancito dulce de la Doña Olimpia, pero le da pena acercarse.

  • Mi niña Miriam, tomá este pancito para tus hermanos…

Tan sabia siempre la Niña Olimpia. El pancito desaparece rápido en la mochila.

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Cuando empiezan las clases, ella, se sienta en primera fila. Las horas van pasando, el hambre aumentado… el hambre es como una punzada en la panza, una descarga eléctrica que sube por la garganta y te seca la boca. Dolor de cabeza, calambres en los brazos, en las articulaciones. Flojedad, sueño, las grandes ganas de no hacer nada. Fiebre. También el hambre es dolor físico, ese que duele en el cuerpo y en el alma…

A las 12 de la mañana, hora del almuerzo en Centro América, cientos, miles de niños aguantan hambre. Así también le tocaba a Miriam Nathaly hasta hace bien poquito, ahora un comedor escolar da comida a niños y niños como ella. Ese comedor lo financian el ayuntamiento de Mengibar, allá en España y la ong Semillas de Esperanza. Unas cuantas tortillas de maíz, unos frijolitos revueltos, cuajada, a veces pollo y papitas… si Miriam Nathaly pudiera pedir un deseo, sería comer así todos los tiempos.

Como cada tarde, cuando los y las niñas regresan a sus hogares allá en Nauhaterique, la lluvia cae inclemente sobre ellos. Resguardan sus libros y documentos, sus bienes más preciados, bajo bolsas de plástico para que no se mojen. Empapados pasan la frontera y se dirigen a sus comunidades.

A la caída de la noche, después del ir por segunda vez a la quebrada por agua, lavar, limpiar, moler el maíz… Miriam Nathaly hace sus tareas escolares bajo la luz de una vela. Otras veces, cuando ni siquiera hay vela, lo hará a la vera del viejo comal.

Por el cerro se van apagando las ultimas luces de las casitas, la anciana que recoge agua en la quebrada, hace rato se durmió en su vieja hamaca, a pasar de los años nunca se acostumbró a dormir en la cama como hacen los cheles. Ululan los tecolotes, despierta el coyote y el venado.

Lejos de allí Doña Olimpia, la Niña Olimpia, hacen pancito dulce en su horno de barro para repartiré mañana entre los escolares… tal vez, después de todo, todavía queda esperanza. Duerme Nauhaterique.

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Fotos cortesía: Francisco Martínez Criado.

Francisco Martinez Criado, nació en Mengíbar (Jaén) en 1977. Se formó como carpintero en una Escuela Taller de Mengíbar, y desarrolló dicha actividad profesional durante diez años en una empresa del sector. Colaboró con una ONG de ayuda al desarrollo, siendo coordinador de Voluntariado y tesorero de la Coordinadora Provincial de ONG´s de Ayuda al Desarrollo de la Provincia de Jaén, y ahora es presidente de la misma. En 2008 impartió clases en el Instituto Rodimiro Díaz Celaya del municipio de Ojos de Agua en el Departamento de Comayagua (Honduras). En El Salvador, llevó a cabo trabajos de formación con jóvenes en riesgo de exclusión social.

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