En medio de la incertidumbre, el miedo y los largos días de encierro, los pasos ansían volver al camino y la mirada extraña volver al paisaje más allá de la pantalla de cristal por donde espiamos al mundo. Las casas, los techos el paisaje, la milpa siguen allí afuera esperando los días lluviosos y los tiempos de cosecha que vendrán con el tiempo y con el viento se irán.
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La lluvia se nos concede por la mañana
«Paisajes, naturaleza, un clima agradable. Calles solitarias, tejados mojados, colorido pueblo en el que habita un misterioso y artesanal sentido de la vida.
Las ranas dejan ver sus colores, agua llovida corre por el puente dónde se divierten practicando amplexus, haciendo cancioncillas suaves, un eco que rebota en las matas de huerta de arriba.
Cierne casi invisible, se siente una frescura, se alborotan los olores caseros, hay gente ya desayunando, otra ya viene del mercado. Algo si es cierto es que una gran parte se han quedado enredados en los hilos calientes de las sábanas.
La lluvia se nos concede por la mañana
La milpa la abraza, la recibe con gracia, la sopa de res de la Lolita humea, un verdio se ha quedado a vivir aquí, combina con el agua y las melancólicas campanas de la Iglesia con sonidos pasivos.
Entre los senderos marañonales, mangales y jocotales, la vida transcurre como en sueño, una ollada de amor con dulce de panela se combina, se mete con cuidado en la nariz y enmaraña el alma, nos da tranquilidad en la cuarentena…mientras afuera el mundo se llueve sobre mojado».
Por Gerson Tobar