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Cuento del rey Arik y el reino de Eldoria

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Hace mucho tiempo, en un reino lejano llamado Eldoria, los ciudadanos vivían bajo un imperfecto sistema democrático en el que elegían a su rey cada cinco años. La prosperidad y la igualdad si bien no eran perfectas, reinaban en la tierra, y todos intentaban encontrar una mejor forma de convivir en paz. Sin embargo, un día, un hombre carismático llamado Arik se postuló como candidato a la corona.

 

Arik prometió cambios y mejoras en la sociedad, y su discurso resonó profundamente en el corazón de la gente que deseaba cosas mejores. Con un apoyo abrumador, fue elegido como el nuevo rey de Eldoria. Al principio, imploró a Dios y cumplió sus promesas y el reino floreció bajo su liderazgo. Sin embargo, con el tiempo, Arik comenzó a sentir que su poder era limitado por las restricciones de lo que llamaban democracia.

 

Convencido de que solo él sabía lo que era mejor para el reino, Arik ideó un plan astuto. Aprovechando la gratitud y la lealtad del pueblo, propuso una nueva ley que le otorgaría poderes extraordinarios para tomar decisiones sin la necesidad de aprobación democrática. Sorprendentemente, la mayoría de los ciudadanos no advirtieron el astuto plan de Arik y apoyaron esta idea, confiando en que él siempre actuaría en beneficio del reino.

 

Con el respaldo del pueblo, Arik consolidó todos los poderes del reino en sus manos. Al principio, utilizó su autoridad de manera relativamente justa, pero gradualmente comenzó a ceder ante la tentación del poder absoluto. Entonces las voces disidentes y críticas que le molestaban fueron amenazadas y silenciadas. La devoción por el rey era tal, que todo aquel que se oponía era maldecido por el pueblo, y la libertad de expresión fue restringida; los opositores y contrarios políticos desaparecieron misteriosamente.

 

Sin embargo, la gente, que antes había amado a su rey, empezó a notar los cambios drásticos en la sociedad. Muchos fueron encerrados sin ningún juicio. La democracia, que alguna vez fue el pilar imperfecto del reino, se desvanecía lentamente. Arik se rodeó de un séquito de leales seguidores, creando un culto devocional a su personalidad. La lealtad y obediencia fueron premiadas, mientras que la disidencia y resistencia amenazada con silencio, encierro y exilios.

 

El rey Arik, en su afán de mantener el control absoluto, olvidó la esencia misma de la democracia y la humanidad. La prosperidad se convirtió en opresión, y la alegría se transformó en miedo. La gente, que una vez lo aclamó como salvador, ahora trascurría entre las calles con temor. Nada importaba más que él, él y sus ansias de perpetuarse en el poder.

 

El reino de Eldoria se llenó de castillos y luces de colores brillantes, pero se sumió en una oscuridad que nadie había previsto antes. Arik, encerrado en su torre de marfil, estaba ciego a las consecuencias de su propio deseo de poder. La triste ironía era que, al buscar el control total para el bien del reino, terminó dañando irreparablemente la democracia y el sentido de humanidad que una vez lo escogieron y elevaron al trono y el poder.

 

El pueblo, cegado por la admiración que sentía por su líder inicial, no podía creer que el hombre que habían elegido para liberarlos se hubiera convertido en un dictador. Arik, ahora rodeado de simples aduladores, olvidó por completo la esencia de la democracia y la humanidad que un día defendió.

 

Con el paso del tiempo, la opresión se hizo insostenible y el imperio del rey Arik erosionado. Eldoria, que una vez fue un reino imperfecto lleno de esperanza, se encontraba atrapada en las garras de un régimen tiránico que con nepotismo y amenazas se sostenía en el poder. Tarde como siempre. La lección aprendida fue amarga: el poder absoluto corrompe incluso a los líderes más queridos, y el precio de olvidar los principios fundamentales de la democracia es la pérdida de la libertad y la dignidad.

Un cuento de Evaristo S.

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