Los meses de febrero a abril en Suchitoto solían marcar una temporada especial en la vida cultural del país: la apertura del tradicional Festival Internacional de Arte y Cultura, que durante más de tres décadas ha convertido al pueblo en un epicentro de encuentros artísticos, teatro, música, danza y cine con espectáculos nacionales e internacionales. Pero este 2025, el esperado telón del Teatro Alejandro Cotto no se abrió, y el festival no celebró su edición número 35. ¿Qué pasó? ¿Por qué Suchitoto se quedó este año sin su más emblemático festival?
Las razones concretas de la no realización o aplazamiento del festival no han sido comunicadas oficialmente por el Patronato Pro Patrimonio Cultural Permanente de Arte y Cultura de Suchitoto, entidad organizadora del evento desde sus inicios. Esta falta de información ha generado preocupación y especulación. ¿Faltó apoyo institucional? ¿Hubo problemas de organización interna? ¿Desinterés de las nuevas autoridades municipales? ¿Crisis financiera? ¿Fatiga acumulada?
Lo cierto es que este año el festival no tuvo ni convocatoria, ni programación, ni campaña pública. Pese a los intentos de este periódico por conocer una explicación por parte del Patronato hasta la fecha no hemos tenido respuesta. Esto nos obliga a reflexionar sobre su situación, futuro y la importancia de mantener vivas nuestras expresiones culturales, sobre todo en contextos donde la cultura no es vista como prioridad.
Quizá muchos no alcancen a comprender el valor simbólico de la ausencia del festival en Suchitoto. La demora o suspensión de la edición 2025, no debe de ser tomada a la ligera pues significa la posible interrupción de una tradición que ha marcado la vida de Suchitoto y de un festival que posicionó a Suchitoto como referente del arte en Centroamérica.
Fundado por el gran soñador Alejandro Cotto en los albores del conflicto armado en 1991, el Festival Internacional de Arte y Cultura nació con la visión de sembrar belleza, pensamiento, esperanza y arte en un país herido por la guerra. Cada año, sin falta, (pasara lo que pasara) el Teatro Alejandro Cotto se vestía de gala para inaugurar semanas de actividades culturales con artistas nacionales e internacionales, en un acto simbólico de vida, resistencia y memoria.
Este año, pese a que el Teatro Alejandro Cotto a mantenido una actividad regular de presencia con algunas actividades y espectáculos que forman parte de la programación extensiva del Ministerio de Cultura, no anunció su tradicional apertura del festival. Aunque el Patronato pro Patrimonio Cultural de Suchitoto no ha emitido un comunicado oficial explicando la demora, cambio de fecha o cancelación, muchos lamentan su ausencia y esperan noticias sobre el Festival heredado por el cineasta Cotto.

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Los desafíos de un festival
Uno de los grandes desafíos ha sido sostener económicamente un festival de esta magnitud. A pesar de la importancia cultural y turística del evento, la empresa privada local ha tenido una participación muy limitada. No obstante, muchos negocios se benefician indirectamente del aumento de visitantes, pocos contribuyen de forma activa al financiamiento o la organización del festival.
Sin una política clara de responsabilidad cultural compartida, por parte de la municipalidad la carga ha recaído históricamente en el Patronato, voluntarios, artistas, compañías de teatro, y las colaboraciones de embajadas y consulados en el país. La falta de alianzas estratégicas con hoteles, restaurantes, cafés y tour operadores no ha permitido fortalecer la sostenibilidad del festival.
Durante más de tres décadas, el Festival de Suchitoto transformó la vida cultural del municipio y del país. No solo posicionó a Suchitoto como “la capital cultural de El Salvador”, sino que también fue una plataforma de encuentro para artistas independientes, colectivos, comunidades y nuevas generaciones. Con talleres, exposiciones, conciertos, obras de teatro, cine y foros, el festival impulsó una visión de cultura descentralizada, participativa y con vocación social.
Además, nadie puede negar que fortaleció la economía local, promovió el turismo cultural y generó pertenencia e identidad. Era, para muchos, una de las pocas oportunidades anuales para ver espectáculos de arte de calidad y de nivel internacional, dialogar con artistas de otros países y mostrar el talento salvadoreño en casa. Y todo gratis o por una contribución voluntaria.
La cultura no es un lujo, ni accesorio. Es una necesidad social, una forma de resistencia y construcción de futuro. No se puede ignorar la desaparición del festival ni mucho menos normalizar ni quedar en el olvido. No solo se pierde un evento: se debilita el tejido cultural de una ciudad que, por historia y vocación, ha sido símbolo de arte, memoria y esperanza.
Hoy más que nunca, debemos preguntarnos:
¿Qué lugar ocupa la cultura en nuestra comunidad?
¿Qué estamos haciendo para defender y cuidar nuestros espacios de expresión?
¿Quién debe garantizar la continuidad de procesos culturales comunitarios?
Suchitoto necesita reencontrarse con su festival, pero también con su espíritu participativo. Es momento de replantear, reorganizar y renovar. Tal vez el festival, como el arte mismo, está pidiendo una metamorfosis. Pero para que eso suceda, necesitamos diálogo, voluntad, memoria y compromiso. Porque si dejamos que el silencio se imponga, será mucho más difícil recuperar la voz del arte que por tanto tiempo dio vida a nuestro pueblo.
¿Qué pensaría don Alejandro al saber que el festival que él fundó y cuidó hasta sus últimos días no logró celebrar su 35 aniversario? Como sabemos Cotto soñó con un pueblo vivo, con cultura como semilla de transformación, y con un festival que trascendiera generaciones y fronteras.
El desafío es grande: renovar sin perder el espíritu original, democratizar la organización, abrir espacios de diálogo y volver a ilusionar a un pueblo que aprendió a vivir el arte como parte de su identidad.
Suchitoto no puede permitirse perder su alma cultural. El festival no es solo un evento: es una declaración de vida. Y aunque este año no se celebró la edición 35, el silencio también puede ser semilla. Tal vez la pausa obligada sea el respiro necesario para reconstruir con más fuerza y visión colectiva.