Dicen que el miedo paraliza, y eso lo estamos comprobando con los acontecimientos que nos desbordan estas últimas semanas. Suchitoto, minimizando su actividad, está mostrando esta solidaridad intocable, que lleva tapaboca y guarda al menos dos metros de distancia.
Sin embargo, lejos de conformarme y de esperar que esta inactividad deje pasar una buena oportunidad para aportar a la transformación de nuestra sociedad que tiene totalmente trastocados sus valores, propongo hacer un ejercicio (mental, no se asusten). ¿Qué es lo que necesitamos para vivir? Yo he enumerado, dejando de lado las necesidades más puramente fisiológicas como dormir o expulsar los desechos de nuestro cuerpo, dos a las que quiero que prestemos atención, desde lo personal a lo político.
Y es que planteo desde la deconstrucción y la reeducación, la necesidad de que tanto las familias (especialmente las rurales), pasando por las comunidades, como las organizaciones e instituciones públicas del municipio, con la Alcaldía en cabeza, nos comprometamos y demos pasos firmes en generar las condiciones para la producción de alimentos sanos y tomemos acciones radicales en la protección del agua.
En el primer caso, me refiero a producir nuestros propios alimentos, de forma orgánica, en un municipio en el que las tres cuartas partes de la población vivimos en las diversas zonas rurales, que bien podrían responder a las necesidades alimentarias del municipio si a ello se destinaran de forma planificada y ordenada (y esto es un guiño a la máxima autoridad del municipio, la Alcaldía). Y en esto soy intransigente, no hay otra opción que la agricultura orgánica, no dependiente a insumos externos (ni químicos ni orgánicos), respetuosa y en armonía con el entorno.
Por lo que es necesario revisar y transformar de forma colectiva la forma de producción familiar sustentada en el monocultivo y el arraigo cultural (a pesar de que esta forma de producir se ha gestado en los últimos 30 años) que arrasa los bosques con voracidad para crear nuevas parcelas, que enferma los suelos y envenena las aguas.
Y es necesario con ello, impulsar la diversificación de cultivos, la organización y la planificación desde lo más cercano, familiar, hasta lo más lejano, municipal, pasando inevitablemente por lo comunitario. Es aquello que se está haciendo en muchos hogares, pero yendo aún más allá, buscando la sostenibilidad y la consolidación de una forma y medio de vida, porque la oportunidad de desarrollo la tenemos a nuestra mano.
En segundo lugar, algo que no se puede desligar de lo anterior, la gestión del agua, no mirada desde el acceso sino más bien desde la protección y la reproducción. Es alarmante el desabastecimiento de agua que existe en el municipio (en lo urbano, pero también en muchas zonas rurales) y lo poco que se hace para revertirlo.
La solución pasa por la siembra, el cuido y el mantenimiento de árboles de forma planificada y responsable y la prohibición de actividades productivas que se sujetan en la apropiación y uso indiscriminado del agua. Y esto también debe estar liderado por la autoridad municipal, aunque independientemente de ello las comunidades deben ser protagonistas activas de las soluciones.
Creo que no tendría ninguna autoridad en hablar de todo esto si no fuera porque desde hace dos años decidimos hacer la lucha desde la trinchera de nuestro hogar, con armas tan inofensivas como la producción orgánica de granos, verduras y animales de corral. Solo cuando la cuarentena pase podremos compartir nuestra experiencia con quien desee conocerla y reproducirla.
Por Nerea Izaguirre
Foto portada Edwyn Guzmán. Interiores: Nerea Izaguirre