Conoce cómo vive la familia Figueroa cerca del río La Chila

Son las 3:30 pm, la lluvia cae sobre aquellos techos de láminas deterioradas, provocando goteras, sobre las casas de adobe y bambú. Una situación que la familia Figueroa ve con toda normalidad, debido a que siempre en época de lluvia se repite una y otra vez.

Romana Antonia Figueroa, de 90 años, es la mayor de todos los familiares. Ella junto a sus hijos, José Figueroa, de 40 años y Teresa, de 54 años llegaron a vivir a las orillas del río La Chila, después de la guerra civil. Según Romana no tenían para dónde migrar y su única opción fue construir sus casas de adobe y láminas a las orillas del río que amenaza constantemente con llevarse lo poco que tienen.

El río está ubicado en la zona rural de la 3 de mayo, en Suchitoto. Prácticamente son las únicas personas que viven allí desde hace 20 años. Sin embargo, con el paso del tiempo la familia fue creciendo, Teresa dio a luz a 7 hijos en los años siguientes. No obstante, se convirtió en madre soltera. Luchando por sacar adelante a su madre e hijos. La vida para ellos no ha sido fácil, la extrema pobreza en la que habitan ha obligado a los y las niñas a trabajar desde temprana edad.

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Verónica, de 18 y Esmeralda, de 12 años son las mayores. Se dedican a buscar leña para venderla y llevar algo de comida a su casa. Junto a ellas, Nancy Yamileth, de 9 años se va todos los días a recoger leña y al cabo de dos horas, cada una trae su tercio, para luego ir a venderlos. Nancy dice que el tercio lo venden a 1.50 de dólar.

A pesar de la carencia de recursos que tienen, siempre muestran una sonrisa, son un poco tímidas, pero al pasar el tiempo, le agarran el hilo a la conversación. En su hogar no tiene televisión, debido a que no poseen energía eléctrica, nunca han tenido. Sus noches son tan oscuras que la única opción es dormirse temprano. Además, no cuentan con agua potable, van todos los días a traer agua a un nacimiento. Mientras que, para lavar ropa, trastes y bañarse lo hacen en el río.

Según Teresa, sus hijas han aprendido a nadar desde temprana edad. Es su única diversión ante la falta de televisión u otro medio con el cual se puedan divertir. No obstante, también asisten a la escuela. Unas van en las mañanas y otras en las tardes, recorren todos los días las calles empedradas del cantón El Caulote en donde está ubicado el centro educativo.

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Las niñas son muy aplicadas. Esmeralda dice que va a quinto grado. Le gusta colorear y dibujar. También le gusta ayudar a su madre en los quehaceres del hogar. Teresa pasa casi todo el día en su cocina improvisada de leña, cociendo maíz, frijoles y haciendo tortillas. Aunque demuestra lo agotada y lo débil que está, nunca para de trabajar. Es el amor de una madre que le obliga a esforzarse más. Tiene enferma a su mamá, Romana quien se encuentra postrada en una silla.

Romana ha perdido la vista, debido a que una rama le cayó sobre su cabeza provocando la ceguera completa en su ojo derecho. Ella teme que algún día los desalojen de lo que ha sido su hogar por años. Le preocupa que los niños queden sin hogar. Por una parte, agradece a las personas que han sido generosas con ellos, al darles ropa, comida y utensilios para el hogar.

Las casas están a punto de derrumbarse, partes de sus paredes se han desbordado, dejando al descubierto interior del hogar. Las puertas están hechas de láminas, su piso es de tierra y por las constantes lluvias se vuelve lodoso. Las niñas no tienen calzado, ropa, y padecen de desnutrición.

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Están olvidados prácticamente por la sociedad. Casi nadie llega por esos lugares, ni el más simple vendedor de productos, hay muchos que ni saben que existe esa pequeña comunidad, cuyo nombre es La Chila, en donde habitan los “romanitos” apodo que las personas les han otorgado por Romana, madre de Teresa y José. Este último nunca formó una familia, siempre ha cuidado de su madre, es quien la cuida en tiempo de enfermedad. Mientras que en el día trabaja de ayudante en la agricultura.

En estos tiempos de lluvia son cuando más sufren debido al frío, las condiciones deplorables de su hogar y el miedo de que el río se lleve sus casas.

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