La historia de Verónica
Verónica tiene 19 años y estudia segundo año de bachillerato en contaduría en el Instituto Nacional de Jutiapa. Su única fuente de ingreso estable es la beca que recibe de la institución, aunque en ocasiones realiza trabajos eventuales para mejorar su economía personal.
Tenía 17 años cuando su vida cambió. Quedó embarazada. Esta noticia no fue recibida con alegría por su familia. “Me reprochaban que había arruinado mi vida, que para qué iba a seguir estudiando”, recuerda. Sufrió violencia emocional de su núcleo más cercano.
“No tenía a alguien que me dijera que todo iba a estar bien… Me decían ‘dejá de llorar’…”, cuenta.
La historia de su hija fue breve. A los pocos días de nacida, la niña fue trasladada a un hospital en San Salvador por complicaciones derivadas de una hidrocefalia, una condición que afectó su desarrollo. Verónica, aún en recuperación tras una cesárea, viajaba sola para estar con su hija. Finalmente, la bebé falleció a los ocho meses de nacida.
Decidió seguir estudiando. “Estando en la casa no me sentía bien, entonces, me matriculé”. Esa decisión, dice, ha sido su manera de sanar, pues no recibió atención psicológica oportunamente. El camino no ha sido fácil para ella, ya que ha tenido que luchar sola.
Cuenta que conoce al menos a tres menores de 18 años que están embarazadas. Considera que es importante que reciban atención psicológica, ya que se encuentran en una situación vulnerable que puede afectar su salud emocional y su proyecto de vida. “A veces no tienen con quién hablar, se sienten solas o juzgadas, y eso las puede lastimar más”, comenta.
Verónica también señala la falta de oportunidades educativas y laborales en Jutiapa. El instituto solo ofrece bachillerato en contaduría, lo que limita las opciones de las juventudes al momento de decidir qué estudiar. El empleo es escaso; muchos jóvenes, explica, terminan buscando trabajo en la capital y, si no lo encuentran, la única salida que les queda es migrar.
Ella ha encontrado en los espacios organizativos una forma de expresarse. Participa por primera vez en un grupo de jóvenes. Dice que le gustaría que existieran más espacios así, donde todas y todos pudieran proponer ideas y ser tomados en cuenta por las autoridades locales. “Aquí no hacen cabildos, no se escucha a la juventud”, lamenta.
Sueña con estudiar medicina. “Quiero seguir, quiero aprender, quiero seguir adelante”, dice. Y en esa decisión, diaria y valiente, Verónica construye su futuro.
La historia de Ernesto
Ernesto tiene 17 años y estudia segundo año de bachillerato en contaduría en el Instituto Nacional de Jutiapa. Durante su infancia, vivió en San Salvador junto a su mamá y su padrastro. Regresó a Jutiapa hace dos años para continuar con sus estudios, y desde entonces vive con su abuela. Su mamá lo apoya económicamente.
Hace cinco meses, Ernesto emprendió la ruta migratoria. Intentó llegar a Estados Unidos acompañado de su mamá, su padrastro y unos tíos. “Nosotros nos fuimos sin coyote”. Cuenta que esta experiencia fue muy dura, llena de cansancio e incertidumbre. Lograron llegar hasta México, pero no pudieron avanzar más y se vieron obligados a regresar.
En el fondo mantiene el deseo de quedarse en Jutiapa, pero también siente la necesidad de buscar afuera lo que ahí no encuentra. Como él, muchos jóvenes del distrito atraviesan por una situación económica difícil. La falta de oportunidades laborales obliga a las juventudes a migrar.
No duda en volver a migrar. “Si me dieran la oportunidad, lo volvería a intentar”, dice decidido. Su motivación es su familia y el deseo de ofrecerles una mejor calidad de vida.
Mientras tanto, en Jutiapa, sigue estudiando gracias a una beca que ha mantenido desde hace más de un año y que podría abrirle las puertas a la universidad. En sus tiempos libres, también trabaja como barbero, un oficio que aprendió con su tío. Aunque sueña con estudiar gastronomía o algo relacionado a la tecnología, sabe que, de no tener acceso a formación técnica o universitaria, podría dedicarse a la barbería.
Ernesto dice que Jutiapa le ofrece tranquilidad, pero también señala la falta de espacios recreativos y de participación para la juventud. “Lo único para divertirse es la cancha”. Tampoco siente que las autoridades locales escuchen las voces y las demandas de las juventudes.
La historia de Ernesto es una realidad compartida por muchos jóvenes: crecer con pocos recursos económicos, con sueños grandes, y con la migración como una opción casi inevitable cuando el entorno no ofrece las suficientes oportunidades de desarrollo.
La historia de Andrea
Andrea tiene 16 años, estudia primer año de bachillerato y vive en el casco urbano de Jutiapa. Hasta hace unos meses vivía en Ilobasco con su mamá, pero juntas tomaron la decisión de cambiar de entorno en busca de mejores condiciones para que pudiera continuar con sus estudios y, al mismo tiempo, cuidar de su bienestar emocional.
“Aquí es más tranquilo y los profesores no son tan enojados”, cuenta. Ahora, Andrea vive con su abuela.
Lo que podría parecer una simple mudanza es, en realidad, una decisión profundamente emocional. Andrea encontró en Jutiapa no solo un lugar más seguro, sino un respiro al estrés que había comenzado a afectarla.
A pesar de ese cambio, sabe que no todo está resuelto. “Aquí no hay lugares para los jóvenes, quitaron la Casa de la Cultura y no hay actividades donde podamos compartir”, lamenta.
Lo que más preocupa a Andrea es la situación emocional con la que viven las juventudes de Jutiapa. “A veces los jóvenes se aferran tanto a cosas que no son buenas para su salud mental. Algunos llegan a hacer daño o incluso a intentar quitarse la vida. Yo siento que hace falta atención psicológica”.
Andrea habla desde su experiencia personal. Reconoce que, en algunos momentos, ha tenido actitudes que no sabe cómo manejar. “Quisiera ir a terapia… porque yo también quiero estar bien por dentro”. La salud mental de los jóvenes es un tema del que no se habla en Jutiapa.
Sueña con estudiar para ser chef, poder regresarle a su mamá todo lo que ha hecho por ella, y tener una vida estable, no solo económica, sino también emocional. “Quiero estar bien conmigo misma”, dice con una madurez que no cabe en sus 16 años.
También sueña con un pueblo donde existan espacios seguros para los jóvenes, con clases de arte, música, y deportes porque está convencida de que esas actividades también pueden ser una forma de terapia. Pero, sobre todo, desea que haya acceso a atención psicológica para quienes lo necesiten, porque entiende que la salud mental es importante. “Así tendríamos otra idea de la vida y no nos aferraríamos a cosas que no valen la pena”.
Para Andrea, las juventudes necesitan ser escuchadas, acompañadas y cuidadas porque la salud emocional también es un derecho.
La historia de Dayana
A sus 17 años, Dayana ya es una de las voces jóvenes comprometidas con el futuro de Jutiapa. Es estudiante del tercer año de bachillerato en opción contaduría. Vivió parte de su infancia en un cantón del distrito. Recuerda cómo tenía que cruzar quebradas y caminar largos tramos de calles en mal estado para poder llegar a la escuela. Cuando ella y su familia tuvieron la oportunidad de mudarse al caso urbano, no dudaron en hacerlo.
Para Dayana, los retos que enfrenta Jutiapa son muchos: pocas oportunidades educativas, falta de lugares de esparcimiento, y escasas alternativas de empleo para las juventudes. “No hay lugares donde podamos reunirnos. Solo conozco la cancha y el parque no es un espacio bonito”, dice.
En el instituto, Dayana se ha ganado el respeto de sus compañeras y compañeros gracias a su actitud participativa y a su liderazgo. Aunque critica la falta de formación pedagógica de algunos docentes, también se muestra alegre porque tiene maestras que la escuchan y la motivan. Sueña con que la formación educativa se imparta desde la empatía y la innovación.
“Los profesores deberían recibir formación sobre cómo trabajar con estudiantes, hacer las clases dinámicas, y no solo leer las metodologías”, exige.
Dayana sueña con entrar a la Academia de Policía, dice que desde ese rol puede contribuir a mejorar la seguridad de la comunidad.
Todavía no forma parte de un colectivo juvenil, pero participar en procesos de formación impulsados por la Colectiva Feminista la ha motivado a seguir involucrándose. “Me gusta porque uno convive con nuevas personas, aprende de ellas y descubre otras realidades”, expresa. Su entusiasmo y capacidad de análisis proyectan a Dayana como una lideresa, alguien que podría representar a las juventudes de Jutiapa.
Para Dayana, que las juventudes se organicen es importante para cambiar la realidad de las comunidades. Está convencida de que son capaces de proponer soluciones e incidir en los cambios que necesitan. Ella es un ejemplo: escucha con atención, propone con claridad y motiva a otras personas a participar. Escucharla es darse cuenta de que, aunque joven, tiene la visión y el compromiso de una lideresa.
Juventudes que se organizan para defender derechos
Verónica, Ernesto, Andrea y Dayana tienen algo en común: participaron en la Escuela de Cultura Democrática, una iniciativa desarrollada por la Colectiva Feminista, con el apoyo de la Unidad Municipal de la Mujer de Jutiapa. Este espacio formativo les permitió fortalecer sus capacidades, reflexionar su rol como juventudes y comprometerse con la comunidad.

Durante seis jornadas, las y los jóvenes exploraron temas importantes como la ciudadanía democrática, los derechos de las juventudes, y diversidad e inclusión. También, conocieron sobre la evolución de la democracia, desarrollaron pensamiento crítico, y aprendieron de herramientas para la resolución pacífica de conflictos.
Uno de los módulos que más disfrutaron fue el de activismo y vocería, donde pudieron ensayar sus intervenciones públicas y reconocer su voz como una herramienta para la transformación social.
Para quienes participaron, la Escuela de Cultura Democrática fue una buena experiencia. Además de adquirir conocimientos, se sintieron acompañadas y acompañados, escuchados y reconocidos como futuros líderes y lideresas. La formación les dio más confianza para expresar sus ideas y asumir responsabilidades desde una visión más justa e incluyente.
