Este 17 de junio es otro día propicio para seguir abordando temas un tanto incomodos para los lectores, pero que sin duda son necesarios para contribuir a la transformación de una sociedad machista por una más justa y equitativa entre hombres y mujeres.
En un artículo anterior expuse, desde mi experiencia con la maternidad, el problema estructural al que se enfrentan las niñas y adolescentes a las que se les impone un embarazo, teniendo la obligación de ser mamás sí o sí porque no les queda otra opción; mientras que, los hombres tienen la oportunidad de elegir entre asumir su paternidad o no.
Para aquellos a los que su decisión fue sí, ¿sabe qué se necesita para ser un “buen padre” más allá de asumir las necesidades económicas de sus hijos? le invito a leer esta nota para reflexionar, en el marco del festejo, lo que implica ser papá y deconstruir el modelo de figura autoritaria y dominante del hombre.
Vivimos en una sociedad que nos obliga a aceptar roles de género, que predominan desde la infancia cuando se dice que las niñas juegan con muñecas y los niños con carros; es en esta etapa donde se va creando en el subconsciente de los infantes que se están preparando para asumir responsabilidades marcadas, donde las mujeres se ocupan de las tareas domésticas y cuidado de los hijos, mientras que, los hombres son los que trabajan fuera de casa, sin asumir una corresponsabilidad con su pareja.
Al hablar de paternidades afectivas ya no es solo que los hombres se comprometan en dar la manutención y el apellido a sus hijos, sino, también es asumir con equidad su responsabilidad en las labores de cuidado, consejería, afecto y contención emocional, todo eso que generalmente hacen las madres, y que ellos se quedan relegados a que únicamente deben ayudar a sus hijos porque si no los demandan; se trata de acompañar porque el proceso tiene una parte placentera, y es que quizá los hombres quieran participar más en la crianza, pero la cultura machista les impide hacerlo.
También se debe cuestionar la manera en la que los hombres están educando a sus hijos e hijas, con una paternidad ejercida a través del miedo, donde se utiliza violencia física o emocional como “método de disciplina”, lo que responde a viejos patrones de crianza.
En los hombres, aunque no sea común que lo expresen, suele ser con sus padres donde se genera el epicentro de sus traumas emocionales porque fueron violentos y nunca afectivos con ellos. Los que crecen con padres extremistas tienen dos caminos: seguir repitiendo los patrones con los que crecieron o romper el ciclo violento, donde deciden ser el padre que les hubiera gustado tener.
Es oportuno mencionar la irresponsabilidad de los hombres que deciden no ejercer su paternidad, mismos hombres que se indignan que las mujeres carguen preservativos en su bolso o aquellas deciden sobre sus cuerpos. Esto es solo evidencia de la hipocresía que existe en esta sociedad machista, porque si hubiera una ley que castigara el abandono paternal, sin duda la práctica cambiaría. Lo cierto es que, como ya he mencionado, la crianza no debe ser un destino para las mujeres y algo voluntario para los hombres.
Por Carolina Mena