Este 10 de mayo es un día oportuno para empezar a tocar temas de los que casi nunca o muy poco se hablan en Suchitoto. Debo adelantar que este artículo no es de los que normalmente acostumbra a leer. En este escrito quiero hablar sobre mi experiencia con la maternidad, ¿se imaginan a una niña de 14 años cuidando a un bebé?, ¿no?, ¿es difícil imaginar un escenario así? Les invito a leer, esta nota puede ser de su interés.
En el año 2012, cuando tenía 13 años, un embarazo a temprana edad vino a sacudir mi vida y a poner en pausa mis sueños y metas; esta situación significó vivir todos los tipos de violencia que puedan imaginar, y no estoy exagerando al decirlo. Sí, ya se lo que están pensando, la típica frase de: “Si no querías ser mamá, ¿para qué abriste las piernas?”, muy a menudo me decían eso o algo más hiriente, “¿Me vas a decir que no sabías lo que estabas haciendo?”, “¿Por qué no te cuidaste? Para variar, todo el peso recaía sobre mí.
Constantemente yo también me cuestiono cómo sucedió todo esto, si solo era una niña; pero es que la poca educación sexual que recibí en la escuela a la que asistía no fue la indicada, ¿por qué a un grupo de niñas nos tenían enseñar cómo usar métodos de anticonceptivos?, y más allá de hablar de la prevención de embarazos, ¿por qué nunca nos dijeron nada de las infecciones de transmisión sexual?
Otro factor importante para tomar en cuenta, y que estoy segura que a nadie se le cruzó por la cabeza cuestionar en ese momento fue: la manipulación por parte del progenitor de mi hijo. Como ya he dicho, yo tenía 13 años, pero él tenía 18, y aunque la diferencia de edad no se vea muy significativa, déjenme contarles que sí influye mucho. Prácticamente me manipuló para acceder a tener relaciones sexo cóitales con él. Ya sé lo que están pensando, “¿Si te manipulaba por qué seguías con él?”, “Además, ¿qué hacía una niña de esa edad con novio?”, créanme que sigo intentando responderme eso, porque yo también me lo he cuestionado.
Quizá esta primera parte esté siendo un poco difícil de procesar, pero es una vivencia real no solo mía, sino que de muchas otras niñas. Claro, hace falta mencionar el impacto emocional y psicológico que significó para mí enterarme de que estaba embarazada.
Estando embarazada me tengo que enfrentar a algo muy cruel: un matrimonio. Sí, me casaron cuando recién había cumplido 14 años. Había una trabajadora social que laboraba en una institución pública, a la que se le ocurrió la “brillante idea” de que para asegurar el futuro de mi hijo me tenía que casar, y que con esto también le aseguraban la libertad al progenitor del niño, ya que al ser él mayor de edad y yo menor, tendrían que haber denunciado el hecho por violación. Por si fuera poco, perdí el apellido materno, el cual fue sustituido por el de casada, y a mí ni siquiera me preguntaron si estaba de acuerdo. ¿La trabajadora social de qué lado estaba?, ¿por qué no denunció? Fue violación. Por su parte, mi familia no aceptaba la idea de que el niño creciera sin una figura paterna, por lo que terminaron accediendo a las “recomendaciones”, de la licenciada.
Continuaban las situaciones violentas. Durante los 5 meses que estuve viviendo con él, en un cuarto de mesón de unos 5 metros cuadrados que solo tenía la puerta y una pequeña ventana, no hubo día en el que no me agrediera de manera verbal, psicológica y física. Me golpeaba estando embarazada, me dejaba encerrada durante días sin comer y sin comunicación alguna. Todos sabían lo que pasaba y nadie hacía nada, lo justificaban como: “eso era lo que querías vos, ahora aguanta”.
Al principio no dimensionaba todo lo que a futuro vendría, lo miraba como “en 9 meses me curo, ya no estaré embarazada”. Durante esos meses nunca llegué a ver las cosas más allá de eso. El golpe emocional más grande fue al momento de entrar a “trabajo de parto”, en medio de las contracciones intensas que sufría cada cinco minutos, caí en la realidad de todo lo que me esperaba; me convertiría en mamá con escasos 14 años, y un hijo me acompañaría durante la mayor parte de mi vida.
Cuando tuve a mi niño deseaba tanto que el tiempo pasara muy rápido, para cumplir mis 18 años y que alguien me diera trabajo, pero no sería tan fácil encontrar uno y es demasiado triste no poder darle la vida que se merece.
Pasé mi posparto sola, aprendiendo a ser mamá sola, y con una severa depresión. Mi mamá murió cuando tenía 7 años, en el momento que más lo necesitaba no tenía a nadie donde apoyarme. Por al menos unos 10 días luego del parto, la violencia, sobre todo física, paró; de alguna manera no estar en esa situación me reconfortaba. Pero eso duró muy poco, no había día que no me agrediera, hasta el punto de querer terminar con mi vida. Un día dije: “Si me quedo aquí este hombre me va a matar”, y decidí regresar a la casa de mi familia, a continuar con mi vida.
Pensaba que la violencia había terminado cerrando ese ciclo, pero la violencia se seguía presentando de diferentes maneras. Luego del parto seguía siendo una niña, que lo único quería era jugar, me vestía como una niña porque toda mi ropa seguía siendo esa; algunas personas cuando me miraban pasar decían que a mí ya no me lucía vestirme así porque ya era una señora, ¿una señora de 14 años? tenían tan poca empatía.
Antes de regresar a estudiar, (amaba la escuela y nada me iba a detener para seguir estudiando), tuve que buscar quien cuidara de mi hijo y pagar para que lo hicieran. Yo quería jugar con las otras niñas en el recreo, pero hasta ellas me agredían, decían que yo ya era mamá y que me tenía que comportar como tal, que por esa razón no podía jugar con ellas, ¿pero es que cómo le dicen a una niña que deje de ser niña? Tuve que poner en pausa nuevamente mis estudios porque mi hijo se enfermó gravemente, estuvo ingresado casi un mes en el hospital.
En el año 2015 retomé mis estudios ya de manera continua, a mi hijo me lo cuidaban en la guardería, y tuve que cambiarme a una escuela nueva donde no había tanta discriminación como en la anterior. Cursé 8° y 9° en el Complejo Educativo Los Almendros, el director del complejo me ayudó a ingresar a un programa de becas para mamás adolescentes que habían decidido seguir estudiando, este programa era impulsado por la Colectiva Feminista.
Mi bachillerato lo realicé a distancia en el Instituto Nacional de Suchitoto. Actualmente estudio Licenciatura en Enseñanza de las Ciencias Naturales modalidad a distancia, en la Universidad de El Salvador. No me quedó otra opción que elegir esa carrera y modalidad, porque mi situación económica no me permite por el momento pagarme una, debo ser sincera y decir que lo mío son las comunicaciones, pero por el momento este sueño debe esperar.
En esta parte quiero resaltar dos pilares importantes que me ayudaron a continuar: la primera fue la guardería de Suchitoto, las señoritas que trabajaban ahí cuidaron, educaron y alimentaron a mi hijo durante 5 años, sin ellas no hubiera podido y estoy profundamente agradecida por ese apoyo.
El segundo pilar ha sido la Colectiva Feminista, desde que ingresé al programa de becas han prestado especial atención en mí, siempre me han apoyado y siguen haciéndolo hasta el momento. Me brindaron ayuda psicológica y monetaria para poder continuar con mis estudios. Recibí también diferentes procesos de formación y sensibilización, así como también educación sexual y acompañamiento en las situaciones que he requerido.
Sin duda la realidad de ser madres es diferente para todas. Para mí haber vivido todo esto, pero a pesar de ello haberme superado y estar entregando mi vida al municipio a través de las comunicaciones no es un logro, no soy un ejemplo de superación porque en medio de todo esto hubo mucho dolor y traumas. Una niña no tendría que estar cuidando a otro niño, y que luego se le reconozca por haber sido mamá joven y haber logrado superarse. Es innecesario todo este dolor cuando el Estado Salvadoreño tiene la capacidad y el poder de no dejar a las niñas maternar y la facultad de despenalizar el aborto en sus cuatro causales.
Yo no quería ser mamá, a mí me obligaron a serlo. Ahora bien, esto no significa que no ame a mi hijo con todo mi corazón.
Cuento una pequeña parte mi historia y mi experiencia con la maternidad porque no quiero que más niñas tengan que pasar por situaciones similares a la mía, llena de violencia.
Hoy 10 de mayo quiero dirigir también a las mamitas cansadas, no está mal que se sientan así, tienen derecho de sentirse así. Abrazo a todas aquellas que tienen que cumplir con múltiples roles, las que trabajan, estudian, y por si fuera poco cumplen con las labores domésticas y de cuidado, porque también es necesario evidenciar la falta de responsabilidad de los hombres que no cumplen con sus obligaciones, y que la carga siempre recae sobre nosotras las mujeres. El título romantizado de mamá va más allá de maternar.
Por Carolina Mena
“Un desgaste emocional por una maternidad obligada a ejercerse… porque siendo mamás seguimos siendo niñas”, Katherine García.