En las esquinas del tiempo y la memoria de Suchitoto, aún se escucha el eco del agua cayendo en los cántaros de barro, metal o plástico. Las antiguas cantareras, eran estructuras sencillas pero esenciales, se ubicaban estratégicamente en varios puntos del casco urbano y eran puntos de abastecimiento público donde los habitantes recogían agua para su uso diario.
La principal función de estas estructuras era surtir agua a la comunidad, sin embargo, fueron símbolos de convivencia, encuentro, solidaridad y organización comunitaria. Mujeres, niños y ancianos acudían con cántaros al hombro o sobre la cabeza, y en su ir y venir se tejían historias, afectos y tradiciones. Las cantareras eran, en efecto, lugares de encuentro, no solo de necesidad.
El agua como bien común
En una época donde no existía un sistema de distribución domiciliaria extendido, las cantareras garantizaban el derecho básico al agua para todas y todos, sin importar la condición económica. Su existencia respondía a una visión colectiva de lo público: el agua no era un recurso de mercado ni un servicio privatizado, sino un bien común que fluía en plazas, esquinas y calles, libremente. Era en efecto la lucha por el derecho humano al agua que busca el bien común.
Muchos pobladores aún recuerdan con cariño y orgullo aquellos días. “Había una cantarera en cada barrio”, cuentan. Algunas de las más conocidas se ubicaban en el barrio San Jose, cerca del Centro Arte para la Paz, otra en la bajada hacia El Chorro, cerca de la iglesia Santa Lucía. Eran construcciones sencillas, con una pila y un grifo, abastecidas por un sistema que captaba el agua desde nacimientos cercanos.

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Con el paso del tiempo y el avance de la urbanización, estas estructuras fueron desapareciendo. Algunas fueron clausuradas, otras simplemente abandonadas. La llegada del agua potable por el sistema de alcantarillado llevó a que muchas cantareras fueran vistas como “obsoletas”, y sin una política de preservación o memoria histórica, su legado fue quedando en el olvido.
Hoy, Suchitoto enfrenta nuevos desafíos en torno al acceso al agua: tensiones por la administración de sistemas comunitarios, amenazas de explotación privada e industrial, y una creciente amenaza por los efectos del cambio climático y el uso sostenible de los recursos naturales.
En este contexto, recordar las cantareras no es un acto nostálgico, sino político y cultural: es reconocer que en el pasado existieron modelos comunitarios de gestión del agua más humanos, accesibles y solidarios que muchos sistemas modernos.
Rescatar la historia de las cantareras podría abrir una conversación y dialogo urgente sobre el derecho al agua en el presente. ¿Por qué desaparecieron? ¿Cómo eran mantenidas? ¿Qué podemos aprender de las prioridades ciudadanas en la distribución del agua?
La propuesta va más allá de restaurar físicamente una cantarera: se trata de restaurar una conciencia colectiva, de volver a mirar el agua no como un bien comercial o mercantil, sino como un derecho, un bien común y un elemento que ha tejido la identidad de Suchitoto desde sus raíces más profundas. Porque seguir cuidando y defendiendo el agua es cuidar y defender la vida de todos y todas.