Hoy todos reconocen a Suchitoto, como una ciudad de historia profunda y encanto colonial, una ciudad orgullosa de ser considerada un destino cultural, turístico y patrimonial en El Salvador. Caminar por sus calles empedradas, asistir a un festival artístico, visitar sus museos, encontrarse con iniciativas comunitarias o escuchar a turistas hablar de su belleza es reconocer que este lugar ocupa un lugar privilegiado en el tiempo. Porque detrás de cada iniciativa, detrás de cada logro, hay historias de lucha de hombres y mujeres que con esfuerzos, visión y entrega poco a poco lo hicieron posible. Y es precisamente en este punto donde surge la pregunta necesaria: ¿realmente valoramos y reconocemos a quienes sembraron las bases de lo que hoy es Suchitoto?
La memoria colectiva es selectiva. A menudo recuerda los nombres más visibles, los rostros del presente, las figuras que ostentan el poder o manejan bien su imagen pública. Pero olvida, con peligrosa facilidad, a las personas que trabajaron desde el anonimato, desde la comunidad, desde el compromiso desinteresado, para construir un pueblo más justo, organizado y humano.
En los años posteriores a la firma de los Acuerdos de Paz, Suchitoto vivió un renacer. Repoblaciones, Organizaciones comunitarias, Parteras, liderazgos juveniles, colectivos culturales, brigadas de salud, proyectos de reconstrucción urbana, programas ambientales y comités de derechos humanos comenzaron a tejer una red de trabajo y colaboraciones que fueron fortaleciendo el tejido social. Aquellos años de esperanza se sostuvieron gracias a mujeres y hombres que, sin buscar protagonismo, pusieron su tiempo, sus saberes, habilidades y muchas veces sus vidas al servicio del bien común.
Hoy, sin embargo, muchos de esos nombres son olvidados y peor aún han sido borrados del relato oficial. Ni una calle lleva sus nombres, ni una placa los recuerda, ni una actividad conmemora su legado. Sus contribuciones han sido reemplazadas por discursos que exaltan el presente sin reconocer todos los esfuerzos del pasado. Se inauguran obras sin mencionar quién en años posteriores impulsaron la idea, se celebran eventos sin contar quién los sembró, se recogen frutos de un árbol que fue sembrado y cultivado con el transcurso del tiempo sin agradecer ni nombrar a quienes con dedicación lo hicieron crecer.
Esto no es sólo una injusticia moral, sino un problema político y social de fondo. La desmemoria es una forma de ingratitud institucionalizada, pero también un mecanismo de control simbólico. Cuando se ignora y borra el pasado, se desactiva el poder del ejemplo. Al olvidar a todos aquellos quienes lucharon, se debilita la conciencia de que es posible transformar la realidad desde abajo, desde la organización, desde la continuidad y el amor por la comunidad. La desmemoria nos deja sin raíces y, por tanto, vulnerables ante discursos vacíos que prometen futuros brillantes sin sustento.
Es urgente volver la mirada hacia quienes promovieron procesos culturales en épocas en que hablar de arte era sinónimo de resistencia. A quienes impulsaron el turismo comunitario cuando nadie apostaba por Suchitoto. A quienes defendieron los cerros, los ríos y el agua mucho antes de que el discurso ambiental estuviera de moda. A quienes caminaron casa por casa organizando a la comunidad, a quienes fundaron desde la nada comunidades, soñando y construyendo juntas un pueblo más inclusivo y equitativo. Esas personas no pueden quedar fuera del relato y la memoria histórica que construye la identidad de la ciudad.
Suchitoto se dice ciudad de la cultura, del turismo, del arte, del añil. Pero sin memoria, esas palabras se vuelven marcas vacías, postales sin historia, productos sin alma. Una ciudad verdaderamente cultural honra a sus fundadores, reconoce a sus sembradores, sus defensores, hombres y mujeres que con constancia han ido construyendo y forjando nuestra historia, y progreso, pero sobre la base del reconocimiento el agradecimiento y no de la indiferencia y el olvido.
De tal modo, que el reto es colectivo. Las instituciones, las organizaciones sociales, los centros educativos, los medios locales, la misma ciudadanía deben asumir la tarea de rescatar esos nombres, de contar esas historias, de dejar registro de las luchas, errores y aciertos que dieron forma al Suchitoto que hoy conocemos. No como un ejercicio nostálgico o romántico, sino como un acto de justicia, de reparación moral y una herramienta para el futuro. Porque solo con memoria se puede aprender, solo con memoria se puede construir una visión crítica y comprometida de lo que significa habitar este territorio.
Decía el poeta Jorge Luis Borges: “Ya somos el olvido que seremos”. Pero que esa profecía no sea la excusa para ignorar y borrar a quienes nos antecedieron. Que la memoria no sea privilegio de los poderosos, sino un derecho de los pueblos. Porque al final, olvidar a quienes dieron su vida por nuestra dignidad, es también olvidarnos a nosotros mismos.