En Suchitoto, aún sobreviven rastros de un pasado lleno de saberes ancestrales, manos laboriosas y oficios que, por generaciones, fueron el alma económica, productiva y cultural del pueblo. Oficios que no solo sustentaron la economía local, sino que tejieron el carácter mismo de esta ciudad que se reconoce como capital cultural de El Salvador. Son manos curtidas por los años, ojos que han visto pasar generaciones y corazones que laten al ritmo de la memoria y la nostalgia.
Hablamos de oficios como talabartería, la alfarería, el trabajo del añil, artesanos, la herrería, la cestería, pureras, las costureras, bordadoras, la elaboración de dulces artesanales, las moliendas o el tejido en telar, etc. Cada uno de ellos guarda historias de abuelos y abuelas que con dedicación y paciencia enseñaron a sus hijos e hijas el arte de transformar lo cotidiano en belleza, utilidad y tradición. Son saberes que no se aprenden en manuales, ni en la escuela, sino en la práctica diaria, al calor del fuego, al pulso del martillo, al olor del barro húmedo o al color profundo del índigo que tiñen el alma y los corazones.
Sin embargo, hoy estos oficios tradicionales enfrentan un lento y doloroso proceso de desaparición. La modernidad, la industrialización de productos, la migración de las nuevas generaciones y la falta de interés y apoyo comunitario están empujando al borde del olvido a personas que han dedicado su vida a preservar una herencia invaluable. Lo que antes era orgullo familiar y fuente de sustento, hoy es visto como trabajo rudo, poco rentable o incluso innecesario frente a la avalancha de lo moderno, lo importado, lo fácil y desechable.
En Suchitoto, muchos artesanos y artesanas viven hoy con la preocupación de ser los últimos en su linaje. “Ya nadie quiere aprender. Los jóvenes se van a trabajar a la ciudad o buscan empleos distintos. Los oficios tradicionales, ni son fuente de sustento, ni motivo de interés y orgullo entre las nuevas generaciones. Son indiferentes”, comenta un artesano local. Como él, muchas personas en Suchitoto siguen trabajando con pasión, aunque conscientes que quizás sean las últimas generaciones con las que desaparezcan algunos oficios sin el reconocimiento ni el respaldo que merecen.
Y es que, más allá del objeto que producen, los oficios tradicionales son elementos identitarios y custodios de la memoria cultural de un pueblo. Son testimonio de la creatividad, la resistencia y la sabiduría popular. Valorar y apoyar estos oficios no es solo una cuestión económica, sino una apuesta por mantener viva la esencia de lo que somos. ¿Qué sería de Suchitoto sin sus manos creadoras? ¿Qué rostro tendría nuestra cultura si dejamos morir los oficios que le dieron vida?
El arte de hacer con las manos
Ser purera, por ejemplo, era un oficio común hace décadas. Grupos familiares liderados por mujeres, con destreza y paciencia, enrollaban hoja tras hoja hasta formar los puros artesanales que daban fama a la región. Hoy, quedan apenas unas pocas, envejecidas, sin sucesoras, con la mirada cansada y las manos aún firmes para crear, pero con la incertidumbre de no saber si ese conocimiento sobrevivirá.
Lo mismo ocurre con las costureras que, entre telas, agujas e hilos, vestían a las familias del pueblo con trajes hechos a medida. Cada puntada era una historia. Ahora, los almacenes de ropa importada han sustituido ese trabajo dedicado, empujando al olvido a quienes aprendieron a coser desde niñas como parte de su vida y sustento.
Y qué decir de la alfarería, ese arte milenario de moldear el barro para crear objetos útiles y hermosos. El fuego del horno y el barro de la tierra local han sido por siglos aliados en la creación de cántaros, comales y figuras decorativas. Pero el plástico y el aluminio desplazaron a la cerámica artesanal, y pocos jóvenes sienten hoy el llamado de esa tradición.
Hay otros oficios, como los artesanos y aquellas mujeres de Aguacayo, que por décadas dieron fama al cantón, quienes elaboran dulces artesanales y gozaban del reconocimiento con los famosos dulces de colación de Aguacayo.
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Los oficios tradicionales no deben ser vistos solo como formas de ganarse el sustento, ni trabajos del pasado. Son expresiones vivas de identidad, memoria y pertenencia. Cada técnica, cada objeto elaborado a mano, guarda en sí mismo una parte de la historia de Suchitoto. Son patrimonio inmaterial que debe ser valorado, visibilizado y protegido.
Dejar que estos oficios desaparezcan es como arrancar páginas completas del libro de nuestra historia. Es negar el valor de quienes han construido con su esfuerzo la riqueza cultural del municipio. Es también perder una oportunidad de proyectar a Suchitoto como un lugar donde el turismo, el arte y la economía pueden florecer desde la autenticidad de sus raíces y la valoración de sus tradicionales oficios.
¿Qué podemos hacer?
Frente a este panorama acelerado de modernización, urge una reflexión colectiva. Es momento de preguntarnos: ¿Qué lugar le estamos dando a estos oficios tradicionales? ¿Estamos dispuestos a dejar que se extingan?
El rescate de estos saberes no puede recaer únicamente en las personas mayores que los practican. Se necesita una política cultural local que los incluya, espacios formativos donde se enseñen, ferias que los promuevan, y un compromiso comunitario para reconocer su valor y aporte con la identidad cultural de Suchitoto.
De modo que, la responsabilidad no recae únicamente en las instituciones. También como comunidad debemos reconocer, consumir y transmitir el valor de lo hecho a mano, de lo que nace con identidad propia. Los oficios tradicionales pueden tener futuro si se les conecta con procesos educativos, turísticos y culturales que los dignifiquen y permitan su transmisión. Rescatar estos saberes es también un acto de resistencia ante un mundo voraz que homogeniza todo.
En tiempos donde lo inmediato y lo desechable imperan, las manos de quienes aún trabajan el añil, el barro o las hojas de tabaco nos recuerdan que lo más valioso no siempre se encuentra en las vitrinas, sino en el taller de una abuela, en el fogón de un artesano o en la paciencia de una costurera que zurce la esperanza.
En tal sentido, defender los oficios tradicionales no es una cosa romántica de nostalgia vacía. Es una forma concreta de defender nuestra identidad y nuestro futuro. Porque un pueblo que olvida sus raíces pierde también su capacidad de soñar con firmeza. Y en Suchitoto, aún queda tiempo, fuerzas y energía para recordar, valorar y actuar.