Romper el silencio: hablemos del suicidio en nuestras juventudes

La reciente noticia del suicidio de una joven de 20 años en una comunidad del cerro Guazapa nos confronta con una realidad dolorosa y muchas veces invisibilizada: la crisis emocional que viven nuestras juventudes. ¿Qué está pasando con nuestras juventudes? ¿Por qué el suicidio se convierte en una opción cuando las crisis, el dolor y la soledad parecen insoportables? Ante este lamentable suceso, consideramos que es importante hablar sin miedo sobre este tema, de romper el silencio y el tabú que rodea la salud mental en nuestra sociedad, en nuestras comunidades.

El suicidio es la consecuencia extrema de un sufrimiento emocional profundo. El pensamiento suicida puede ocurrir cuando una persona siente que ya no puede hacer frente a una situación abrumadora. Este es un acto que aquí en la tierra nadie puede juzgar, porque no es un acto de cobardía ni un capricho, sino una señal de desesperación, de sentirse atrapada en una realidad sin salida a un mundo intimo e individual. Lo que sí es importante de señalar es que, las juventudes enfrentan presiones abrumadoras: la falta de oportunidades, la violencia, la precariedad económica, la incomprensión, crisis personales y emocionales, el peso de la sociedad y, en muchos casos, la ausencia de redes de apoyo emocional. La sensación de estar solas o solos, de no ser comprendidos o escuchados, puede llevar a pensar que la única salida es el suicidio.

¿Qué podemos hacer como sociedad, como familias y comunidades? Primero, entender que la salud mental es tan importante como la salud física. Debemos generar espacios seguros donde las y los jóvenes puedan expresar sus emociones sin miedo a ser juzgados. Hay que escucharles con atención, comprensión y empatía, sin minimizar su dolor ni juzgar o descalificar sus sentimientos. Un “todo estará bien” vacío no es suficiente; necesitan sentir que sus angustias son legítimas y sobre todo que no están solas o solos.

Es fundamental superar la vergüenza y el tabú de hablar sobre los pensamientos suicidas. Muchas veces, el silencio solo profundiza el aislamiento de quienes sufren. Abrir el diálogo sobre salud mental nos permite detectar señales de alarma a tiempo y buscar ayuda. Si conocemos a alguien en crisis emocional, no debemos ignorar su sufrimiento. Preguntar directamente si ha pensado en hacerse daño no incita al suicidio, al contrario, puede ser el primer paso para salvar una vida. Brindar apoyo, acompañamiento y, si es necesario, buscar ayuda profesional es importante y clave.

En nuestras comunidades, es urgente fomentar el acceso a apoyo psicológico y emocional. Las escuelas, las Iglesias, los grupos juveniles y las organizaciones sociales pueden ser espacios donde las y los jóvenes encuentren contención y orientación. No podemos seguir viendo el suicidio como una tragedia aislada, sino como un síntoma de una crisis más profunda que debemos abordar juntas y juntos.

Hablar del suicidio no lo fomenta; lo que sí lo hace es el silencio, el abandono y la indiferencia. Escuchar, acompañar y actuar pueden hacer la diferencia. Porque cada vida importa, porque cada joven que se siente sola o solo necesita saber que hay alguien dispuesto a tenderle la mano. Hablemos, apoyemos y construyamos comunidades donde la esperanza siempre sea más fuerte que la desesperación.

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