Mujeres que huyen de la violencia: las desplazadas del conflicto armado en El Salvador

Una política de gobierno llamada “quitarle el agua al pez” originó, durante el periodo de la guerra civil, el desplazamiento interno forzado de cientos de familias en El Salvador. Siendo el “agua” la población civil y el “pez” la guerrilla, la estrategia consistía en sacar a las personas de sus hogares para que no pudieran seguir abasteciendo con comida y agua a las y los combatientes.

“Yo me acuerdo que en San José Palo Grande, Suchitoto, cuando pasábamos por un terreno que la dueña era una señora nos decía: “vengan, ¿no han comido?”, nos daba poquitos de leche cruda con tortilla caliente porque a veces nosotras, como estábamos en los campamentos guerrilleros, pasábamos días sin comer o comiéndonos solo una tortilla con sal, azúcar o con una sardina”, cuenta Esperanza sobre la solidaridad que la población mostraba con aquellas que se encontraban en el campo de combate.

En los años 80´s se conformaron las zonas de control guerrillero para proteger los territorios, esto impidió por algún tiempo que en los operativos militares el ejército entrara a las comunidades. Sin embargo, los combatientes muy poco podían hacer para cuidar a las personas de los bombardeos de la aviación militar. Los escenarios de violencia que el conflicto armado originó hicieron que principalmente las mujeres, como jefas de los hogares y responsables del cuidado de los hijos, se desplazaran forzosamente hacia el interior del país en busca de protección.

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Fotos: Archivo MUPI

Hoy, María, una mujer de 70 años, organizada en la Resistencia Nacional y que combatió en las zonas de Suchitoto y Guazapa de los departamentos de Cuscatlán y San Salvador respectivamente, recuerda cómo las mujeres tuvieron que huir “por las veredas y ríos” de las violencias.

“Las mujeres no se querían ir, pero se veían obligadas y forzadas por la situación militar y por el irrespeto a los derechos humanos. Murieron muchas mujeres que no participaban en los combates, se las encontraban en el camino y las abatían a tiros, aquellas que quedaban en medio de operativos y enfrentamientos armados eran masacradas”.

Cuenta que tuvieron que dejar atrás sus casas, ganado y cultivos para emprender el camino a salvaguardar sus vidas y las de sus hijos. Las mujeres nunca quisieron abandonar sus territorios porque también dejaban a sus padres, hermanos, esposos e hijos en las columnas guerrilleras.

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Fotos: Archivo MUPI

Ana, tiene 61 años, es de la comunidad El Bario, Suchitoto, relató una de las muchas ocasiones donde los camiones del ejército entraban a su comunidad para llevarse a las personas que aún habitaban en el lugar: las mujeres con sus hijos.

“Ese día yo corrí con mis niños, no me quise subir al carro porque no sabía si para matarnos nos decían que nos fuéramos con ellos, tuve miedo. En la noche agarré camino con mis hijos, de 4 y 8 años. Donde vivíamos ya casi no quedaba gente porque toda se la habían llevado, decían ellos que para los refugios de las iglesias en San Salvador (…)  por donde nos fuimos todo era monte y esperábamos la noche para empezar a caminar y que no nos vieran los soldados (…)  llegamos al río Sumpul, ya no recuerdo cuántos días tuvimos que caminar, ahí encontré a un grupo de mujeres de Santa Marta, Cabañas, venían cuidando de varios niños y a unos ancianitos, eran unas 50 personas en total. Iban huyendo, sin llevar nada más que sus vidas en las manos. Llegamos a un refugio en la frontera de Chalatenango, nos dividimos entre todas los trabajos de cuidado y agrícolas; ahí estuvimos hasta los retornos a las comunidades”.

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En los asentamientos, los organismos internacionales dieron a la población tierras para trabajar, allá aprendieron de la vida colectiva, dicen las mujeres.

La mayoría de personas desplazadas eran mujeres, las cuales protegían al grupo familiar. Cuando las mujeres se preparaban para desplazarse llevaban consigo unas cuantas pertenencias personales, pero cuando les tocaba huir no llevaban nada, solo iban cargando con agua y azúcar para mitigar el hambre de los más pequeños. Muchos de esos desplazamientos se dieron se forma forzada y espontánea cuando en las noches empezaban a escucharse los bombardeos del enfrentamiento armado. Por su parte, los hombres se quedaron en los campamentos guerrilleros.

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Dolores, de 55 años y habitante de San José Palo Grande, fue una de las mujeres jóvenes que, en aquel momento, lideró un desplazamiento forzoso. “Yo sabía que en las noches tenía que estar más pendiente para que cuando los compas de la guerrilla me dieran una señal, sacar a los niños, los adultos mayores y a las mujeres de la zona de peligro. Teníamos unos tatus bien escondidos en el monte, ahí nos metíamos y solo escuchábamos que pasaban encima de nosotras los del ejército; los niños más pequeños murieron ahí porque lloraban de hambre y las mamás lo que hacían era taparles la boca para callarlos porque no había comida, se ahogaban”.

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Pero la violencia originada por el conflicto armado no era la única causa por la que las mujeres se desplazaban hacia los refugios al interior del país, sino que también por problemas de salud, por hambruna, en búsqueda de paz, mejores condiciones de vida para sus hijos y tener ingresos económicos.

María, menciona que todos estos sucesos afectaron la salud emocional de las mujeres y que, a pesar del paso de los años, siguen teniendo secuelas que el conflicto les dejó, “se iban rotas del alma, se iban sufriendo por la manera en la que habían salido de sus hogares, dejando toda su vida atrás y con ellas a sus familiares que se quedan en las trincheras de combate, ¿cómo eso no les iba a afectar emocionalmente?”, agrega.

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Fotos: Archivo MUPI

Además, dijo que no hubo compromiso del Estado para disminuir el desplazamiento interno forzado que afectaba la vida de las mujeres, y que los desplazamientos que el ejército realizaba hacia los refugios religiosos en ningún momento significó una política para garantizar mejores condiciones de vida para las mujeres, “si ahí lo que pesó fue la política de guerra, no tenía nada que ver con garantizar derechos humanos de las mujeres”, finaliza.

Por Carolina Mena

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