Suchitoto, Gaceta noticias -El Slavador-

El tesoro de Aguacayo

Preámbulo

A diferencia de otras historias de viaje, esta cuenta la leyenda de un fabuloso tesoro en un cantón de Suchitoto, Aguacayo, que fuera la cuna de los dulces de colación y conservas de fruta tan gustados en las fiestas patronales de todo el País.

Más allá de lo que normalmente vemos, hay historias de personajes y situaciones que no deben quedar en el olvido y las nuevas generaciones deben conocer sus orígenes e historia.

Suchitoto y Aguacayo son poblaciones ricas en tradición.  Esta investigación sobre la leyenda de los Lara es una muestra de las muchas historias que se cuentan en Suchitoto, una ciudad encantadora rodeada por haciendas con sus propias leyendas.

Durante los viajes a Suchitoto para recabar datos sobre este relato, pudimos disfrutar de sus bellezas de la Ciudad Flor, las deliciosas pupusas en el portal frente a la Iglesia Santa Lucia, sus acogedores hoteles, el imperdible café en la Casa de la Abuela  y su maravillosa y hospitalaria gente. Alejandro Gómez.

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El tesoro de Aguacayo.

Cuenta Francisco “Paquito” Ventura, un centenario habitante del pueblo, que en la propiedad de los Lara hay un tesoro enterrado.

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Al estilo del La Botija de Salarrué, hace muchos, muchos años, a finales de los años 1800 cuando aún había carromatos de gitanos o “húngaros” como les llamaba la gente, vivía en el pueblo Santana y María Lara, ellos tenían un matrimonio con muchos hijos, como era la costumbre de aquellos años. Ella era blanca y el mestizo, ella descendiente de españoles criollos, blanca y rubia, con ojos claros y lunares azules y rojos. Él era alto de figura atlética, con el pelo negro y los ojos azules que contrastaban con su piel canela.

Habían procreado a sus hijos con el ingreso que le permitía a Santana sostener a la familia: era un sastre de alta costura, eso en aquellos días era bien pagado. Él había aprendido a coser con el estilo sevillano y andaluz, al sur de España, cerca del puerto de Cádiz de donde salían muchos navíos (galeones) hacia América. Era el sastre de los “húngaros”, quienes lo buscaban por ser quien llenaba sus requerimientos de costura como en el sur de España.

La moda era un sombrero de «ala ancha», los pantalones ajustados de pretina ancha de doble vuelta, las chaquetas ajustadas y cortas, las camisas de mangas “buchonas” con encaje en los puños y cuello redondo o chino. Él se vestía a la altura de su oficio, siempre estaba vestido con chaqueta blanca, pantalón blanco entallado, la tela favorita era la “manta”, la desgomaban y trataban y quedaba muy blanca con una textura suave, pero firme. Era todo un “majo” como le decía María.

Ellos habían guardado de sus días boda, el legado de los padres de María que consistía en doblones, los que por haber caído en desuso no tenían valor comercial (para esos años el País ya había adoptado su propia moneda) y que fueron la “dote”[1] de aquellos días. Podría creerse que lo correcto era que los hombres dieran a la familia de quien sería su esposa una cantidad para casarse con ella, pero pasaba lo contrario. Al momento que un hombre se comprometía con una mujer era “palabra de matrimonio”, cuando había testigos, era “palabra de presente”. En muchas ocasiones, aunque el hombre daba su palabra de matrimonio, la acción era eclesiásticamente aceptada; sin embargo, muchos aprovechaban para sostener relaciones maritales con sus parejas y las abandonaban con o sin embarazo. La posible razón de esta costumbre era asegurar que el joven se casara, cuidar el honor familiar, que en muchas ocasiones radicaba en la virginidad de las mujeres. Los padres preferían hacer matrimonios arreglados, pues estaba en riesgo el honor de la hija y la riqueza familiar, de modo que se aseguraban de que el hombre no despilfarrara la herencia.

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La casa de los Lara era una casa grande de adobe, con corredor al frente y tres grandes árboles de almendro de río, tenía una habitación muy grande por dormitorio, una habitación que se había construido como una división en el corredor, el taller de costura estaba al frente al centro del corredor con una máquina de coser heredada de su padre Santana Lara, el comedor que estaba en el mismo corredor y la cocina con “tabanco” donde se maduraban los guineos y se secaba el maíz. Al poniente de la casa estaba el taller de Jorge, donde hacia sus trabajos de las múltiples actividades que realizaba. Atrás tenía “la huerta”, una extensión grande de frutales donde crecían mangos y anonas, nísperos y marañones.

En ese contexto  Santana y María crecieron a sus hijos, en un pueblo que se dedicó por muchos años a la fabricación artesanal de dulces de colación y dulce de fruta, y al igual que los gitanos, salían cada fin de semana a las “romerías”, herencia del norte de España , como se les llamaba a las fiestas patronales de los diferentes pueblos y ciudades, donde se podía encontrar “dulceras de Aguacayo”, con su venta extendida en “bateas” de madera, protegidas de la intemperie por “velachos” de manta tensados con varas de bambú, los que a su vez servían como dormitorio donde pasaban las noches con su venta hasta que terminaba la “romería”[2]. Llevaban los dulces en cajas de madera, frágiles como son, eran protegidos con “papel de empaque”. (ver Aguacayo y sus dulces [3])

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Las dulceras eran matriarcas del pueblo, la economía familiar dependía de ellas en la mayor parte de los grupos familiares, y quienes no elaboraban dulces, hacían tareas complementarias de esta actividad. Muchas familias solo tenían escolaridad hasta el 3er grado, pero formaron a sus hijos en carreras universitarias en base a una economía basada en el dulce de colación y las conservas de frutas. Eran trabajadoras, durante la semana preparaban la “venta”, cuando llegaba el Jueves o Viernes, estaba todo listo y llegaba un autobús grande para recoger la carga la parrilla invariablemente iba llena de cajas de madera llenas de dulces cuidadosamente empacados y las cajas atados con lazo de henequén, junto a los demás implementos para armar los “velachos” o tiendas donde se instalarían en los pueblos y ciudades que periódicamente visitaban.

Los dulces de colación fueron tan famosos que se organizaron Ferias del Dulce, promovida por el mismo Alejandro Coto y que atrajeron a visitantes de todo el país, así como a viajeros internacionales.

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Sin embargo, los hijos de Santana y María no crecieron en esta tradición de los dulces de colación, Andrés y Rogelio eran músicos (mandolina) y aprendieron sastrería con su padre Santana, Jorge se dedicó a los trabajos de construcción, hojalatería, zapatería, carpintería, etc, era lo que ahora llamaríamos un “can fix it”, alguien con habilidades para construir o reparar casi cualquier cosa. Cruz Maria se dedicó a la venta y de mercadería diversa en los cantones del norte del distrito de Suchitoto, Marta dejo la casa a temprana edad para ir a trabajar a San Salvador, Victoria empezó como auxiliar de Enfermería en el Hospital de Suchitoto y luego se mudó al Hospital Rosales en San Salvador Virgilio se convirtió en agricultor.

Cuando Santana y María se fueon a rendir cuentas al Creador, Rogelio y Andrés guardaron celosamente su tesoro. De este nadie hablaba, Andrés en su ignorancia no sabía el valor de su tesoro, solo sabía que era importante y valioso. Rogelio, quien era un autodidacta, sabía del valor de un doblón[4], tanto su valor histórico como económico (los había de oro y de plata).

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Pasaron los años y con estos hubo dificultades económicas, la sastrería dejo de ser importante, la gente compraba ropa ya confeccionada y el trabajo disminuía cada vez más. A eso se sumó que había competidores, tanto Andrés como Rogelio habían enseñado el oficio a otros jóvenes quienes llegaban como ayudantes, pero que en el tiempo se convirtieron en competencia, era un pueblo pequeño y la gente no “estrenaba”[5] con frecuencia.

La gente compraba el “corte” por lo general en uno de los almacenes de Suchitoto, lo llevaba al sastre, quien tomaba medidas y luego de unos días citaba al cliente para tallar, luego de la talla, unos días después entregaba la prenda, la cual invariablemente era un orgullo, era la tradición familiar la que iba en cada pieza. Una prenda de los Lara era muy apreciada; pero los cambios llegan y la ropa confeccionada era más barata, se probaba en el momento y de inmediato se podría usar.

No se podía competir contra esto.

A pesar de poseer un tesoro, nunca decidieron vender sus piezas, las guardaron celosamente y estoicamente hicieron frente a sus carencias. La vida del pueblo se volvió difícil y con frecuencia recibieron ayuda de las familias Cisneros y Pineda para sobrellevar sus carencias.

Rogelio en particular, con frecuencia decía que había que agradecer a Dios y las familias que le ayudaban para sacar adelante a los “bichos”. Luego muchos años de relativa paz social en el pueblo, vino la guerra, el pueblo resultó estar en las faldas del Volcán de Guazapa, la guerrilla había hecho de este volcán su campamento, la guerra arreció y arraso poblaciones enteras.

La violencia llego a tal punto que lo más sensato era abandonar el pueblo y salir en “guinda” hacia otro lugar más seguro.

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Hubo días crueles, la historia recuerda como frente a lo que fue la Iglesia del pueblo de Aguacayo se masacró a varios de sus hijos, el ejército bombardeaba los asentamientos de la ex guerrilla en Guazapa, y el pueblo no estuvo exento de las bombas, fue literalmente arrasado, las casas eran de adobe y no quedo uno sobre otro, sobrevivieron únicamente algunas paredes de la antigua Iglesia colonial que estaba al centro del pueblo.

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Así, las familias de Aguacayo se dispusieron a dejarlo todo, muchos salieron hacia Soyapango buscando el apoyo de sus familiares, otros buscaron refugio en Aguilares, Apopa o Nejapa, muchos se refugiaron el “La Huesera” de Pilar Rivera, quien generosamente les dio posada y cobijo mientras buscaban su nuevo hogar lejos de Aguacayo. Las “dulceras” se desbandaron y se diseminaron en lo que ahora se da en llamar el Gran San Salvador.

Rogelio y Jorge decidieron enterrar todo lo que consideraban valioso y el patrimonio de la familia, según ellos regresarían después de la guerra… para ellos los objetos de valor no eran los doblones, aunque estos en si eran una fortuna (Rhina Lara, nieta de Cruz María  quien murió hace algunos años, una vez conto que eran más de 1,200 piezas), los objetos de valor eran los suplementos Hablemos de El Diario de Hoy, libros y la colección de  revistas Life, Vanidades y National Geographic de Rogelio, quien era un ávido lector, eran las herramientas y máquinas para trabajar hierro y lamina que había construido Jorge para su taller, hormas de zapatería etc.etc.

Eran los patrones de los trajes que hacían Rogelio y las fotos blanco y negro en marcos ovalados de la familia, instrumentos y equipos para muestras de sangre (Rogelio era un trabajador ad honorem de la Campaña Antipalúdica del Ministerio de Salud) escrituras y otros documentos que ellos estimaban valiosos y que contaban la historia de la familia que una vez fue De Lara Rivera.

Esta vez no fueron baúles, como se solía guardar los tesoros,  guardaron todo en barriles de plástico para que el óxido y la humedad no dañara su contenido. Empacaron cuidadosamente en papel y luego en plástico todo y cerraron los barriles. Trabajaron arduamente cavando un foso para enterrar los 5 barriles que habían preparado, esperando un día regresar para sacar y rescatarlo todo. Pero como en el caso de los piratas, los tesoros se entierran y estos nunca más regresan por ellos.

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Pronto el pueblo de Aguacayo se convirtió en un campamento de la guerrilla, donde se asentaba el “comedor” que estaba ubicado en la casa que antes fuera de Vicenta Valle, a la entrada del pueblo.

Rogelio y Jorge se mudaron a San Salvador a vivir en el pequeño apartamento de Victoria, la sastrería quedo atrás, eran días difíciles sin poder trabajar y dependiendo solo de lo que cada día proveía con la poca costura que se podía hacer o los pequeños trabajos de reparación que Jorge pudiera lograr.  Andrés y Cruz Maria igual, se fueron a vivir con sus hijos

El pueblo recibió nuevos habitantes, fue escenario de bombardeos y base de operaciones y cuartel, entre otros, de algunos conocidos Comandantes de la Ex Guerrilla (hoy analistas políticos y/o funcionarios de gobierno), y el pueblo así se convirtió en uno de los campamentos de la guerrilla que operaba en Guazapa y por eta razón también sufrió el bombardeo de la fuerza aérea que acabó con las estructuras de adobe del pueblo.

Finalmente en la finca donde estaba la casa de los Quiñonez a la salida hacia Suchitoto, sirvió a la ONUSAL para recibir las armas de la ex guerrilla, condición de los Acuerdo de Paz.

Rogelio Alejandro, al igual que Jorge Luis murió en San Salvador en condición de pobreza, sin haber dejado un rastro de donde enterraron el tesoro. Victoria; Marta, Cruz Maria y Virgilio murieron sin saber del enterramiento del tesoro de la familia, y los hijos de estos, menos aún.

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Al paso de los años, luego de lo que contó Rhina, la nieta de Cruz María quien viajaba a la comunidad Segundo Montes de la zona durante la guerra en su labor de trabajo social, habló sobre el tesoro y desde entonces se ha especulado mucho sobre que este podría estar enterrado frente al “caidiso”, un lugar que estaba frente al taller de Jorge Luis, otros especulan que podría estar bajo el árbol mango de “oro” que era el árbol favorito de Rogelio.

Sus hijos no regresaron al pueblo, el pueblo lo ocupan ahora ex combatientes y refugiados de la guerra, quienes han construido sus casas en lo que fueran las ruinas de Aguacayo, otras familias ajenas a todo lo que fue un pueblo dedicado a la producción de dulces de colación y solo un puñado de los antiguos pobladores regresó después de los Acuerdos de Paz, una paz que ahora sigue sabiendo a guerra. Ninguno de los herederos siquiera considero reclamar la propiedad como legítimos herederos de esta.

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El tesoro mientras tanto, sigue esperando quien lo encuentre… entretanto, seguiré viajando a Suchitoto, y quien sabe, talvez encuentre la manera de encontrar aquel tesoro…  !!!Bienvenidos a la aventura!!!

Por Alejandro Gómez

[1] La dote era el patrimonio que la futura esposa o su familia entregan al novio, siendo en muchos casos proporcional al estatus social del futuro esposo. Su significado, según diferentes culturas, bien sería el de contribuir a la manutención de la propia novia o contribuir a las cargas matrimoniales. En todo caso, la dote se otorga al hombre quien la administra durante la duración del matrimonio

[2] Fiesta popular que se celebra en un lugar cercano a una ermita en el día de la festividad religiosa del santo o la virgen a la que está consagrada. La palabra viene de un *romarius derivado de Roma por denotar a los que peregrinaban a Roma, meca del cristianismo. No es necesario que sea todo un viaje, sino que la fiesta dure todo un día, una mañana o una tarde.

[3] https://es.scribd.com/document/87663675/Aguacayo-y-Sus-Dulces

[4] El doblón1fue una moneda de oro española que equivalía a dos escudos o 32 reales y pesaba 6,77 gramos (0,218 onzas troy). Fue llamado así porque representaba un valor igual al de dos excelentes de oro, la moneda introducida en España desde 1497 por los Reyes Católicos, pero posteriormente el nombre de doblón se asignó a prácticamente todas las monedas de oro acuñadas en el imperio español que fuesen de valor igual o superior a dos escudos.

[5] Usar ropa nueva

Alejandro Gómez Lara, consultor originario de Suchitoto especializado de la Organización Mundial de Turismo OMT en temas de Desarrollo Local y Turismo.

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