Quedarnos en casa dicen y lo repiten una y otra vez, como si quedarse en casa por tanto tiempo fuera posible y realmente nos salvaguardara de todos los males. Porque si bien nos podemos salvar del virus, a veces no nos salva del hambre, el abuso y la violencia en casa. Quedarse en casa quizá sea bueno para unos, pero para otras como nosotras que vivimos en pequeñas casitas de fósforos, miseria y laminas, expuestas al abuso y donde la escasez es lo único que nos sobra, no, no es lo mismo.
Aquí compartimos la hamaca, la mesa, la pena, las sillas, los platos, el dolor…Quedarnos en casa dice la escuela, la iglesia, el gobierno y las autoridades que a punta de fusil nos recuerdan que no es un juego, como si sobrevivir sin salir también lo fuera. Nosotras como muchas vivimos del día a día de nuestra pequeña ventecita, no tenemos ahorros, tenemos deudas, vamos coyol quebrado coyol comido, nada más para pagar la comida de hoy, pero sin salir a rebuscarnos la cosa se vuelve imposible.
Quedarse en casa repite la radio y la TV, como si quedarse todo el tiempo ahí fuese posible, cuando los hijos te dicen que tienen hambre, cuando hay que pagar la luz, barrer, ir por el agua, limpiar, lavar, atender al marido una y otra vez, todos los días, mientras el espacio de la casa se vuelve cada día más pequeño. Los más jóvenes se desviven por salir para ir a la escuela y ver sus amistades, yo me preocupo por darles sus tiempos de comida y que sigan adentro de casa haciendo algo más que mirar su celular y la ventana.
Dormir bien, o tan solo dormir, en estos días de encierro obligatorio es un lujo de unos cuantos, en estos lados donde el calor es tan insoportable, como la desigualdad de los que lo tienen todo y los que no tenemos más que hambre y necesidades. Mientras a muchos les mortifica la angustia del aislamiento y el freno intempestivo de no ir al bar o ver a sus amigos, o hasta salir gordos de este encierro, a otros nos quita el sueño darnos cuenta que nos falta mucho, y no tener ingresos para cubrir las más básicas necesidades.
La pandemia es una gran tragedia, si, pero la tragedia no es igual para todos y todas. Porque mientras muchas personas tienen los recursos y comodidades para estar en casa, otras no. A la escasez se unen los abusos y exigencias de labores domésticas desmedidas, que como siempre sufrimos las mujeres. Quedarse en casa es darse cuenta que nos faltan muchas cosas, para dar a nuestras familias un lugar más seguro de lo que puedan estar allá afuera. Cuando no tienes internet, y tienes que mover a tus hijos que hacen la tarea escolar en la mesa donde comen, o tienes una sola hamaca, y te falta un par de “coras” para comprar el pan de la tarde. No, quedarse en casa no es lo mismo para todas. Y esta es la historia de miles, donde angustiadas por la pandemia de afuera le hacemos frente a las necesidades y conflictos de adentro.
Los noticieros dicen que la pandemia no distingue ricos y pobres y lo repiten una y otra vez, que el virus no distingue entre clases y género, pero cuando veo a mis vecinas, en mi comunidad sabemos que eso no es del todo cierto. Si bien a cualquiera le puede dar el virus, no todo tienen iguales condiciones económicas para cuidarse y resguardar a los suyos del contagio. “La serpiente siempre muerde a quienes andan descalzos” decía monseñor Romero, hoy podemos ver cuan ciertas son sus palabras.
Quedarse en casa nunca será lo mismo para todos y todas. Para muchas de nosotras quedarse en casa es solo estar en una suposición menos peligrosa, porque al final muchas vivimos con agresores, con maridos que nos ven como sirvientas, con maridos acomodados a que los atiendan, alcohólicos y machistas. Quedarse en casa quizá nos salve del virus, pero nos expone a otros males que rondan nuestro hogar, vulnerables al abuso, la precariedad, la pobreza, la locura y el feminicidio.
Tener en casa a la familia me ha hecho entender muchas cosas, que es necesario sembrar un huerto donde recoger frutos, tener un árbol y mas hamacas; que hablar y jugar con mis hijas no llena sus estómagos, pero les llena el alma. Quedarnos en casa, me ha hecho entender que los frijoles se cocinan de mil maneras, y que las tortillas no siempre deben de ser perfectas, que el café con pan de la tarde sabe mas bueno y dulce con una plática amena entre familia. Que estar conectados al internet después de todo no es tan malo. Estar en casa me ha enseñado muchas cosas de mis hijas, pero sobre todo me ha hecho ver y comprender las grandes desigualdades que tenemos, y que a pesar de todo mi familia y comunidad podemos ser más fuerte si nos unimos y ayudamos entre nosotras, que si seguimos solidarias y juntas vamos a ir saliendo poco a poco de esta crisis.
Porque mientras en otros lugares la cuarentena la viven desde el privilegio, protegidos, ataviados de comida, detrás de un celular y pantallas de cristal, aquí en la periferia en las orillas del pueblo, luchamos por no morir de pena, hambre y soledad y por si eso no fuera poco luchamos contra un virus mayor: la indiferencia. El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja… pero no, no es como los demás. Agáchate que los agachaditos no pueden pasar.