Variaciones sobre un mismo tema: la cuarentena

“No veo la miseria que hay, sino la belleza que aún queda”  Ana Frank

En 1947 se publicó en Ámsterdam “La casa de atrás”, ediciones posteriores en español lo identificaron como el “El Diario de Ana Frank”. El libro que da cuenta de las memorias de una chiquilla de trece años y de su familia de orígenes judíos, que permanecieron ocultos por más de dos años en la buhardilla de un almacén hasta que fueron denunciados a la Gestapo, la policía alemana que había sitiado la ciudad.

El texto que alcanza las doscientas páginas fue bautizado como “Kitty” por su autora y fue su confidente de las situaciones cotidianas que vivían con sus parientes en la clandestinidad: la estrechez de espacio, la falta de víveres, las enfermedades, el miedo constante a ser descubiertos, entre otras dificultades.

Más de setenta años después de la aparición de “El Diario de Ana Frank” hoy tenemos que recluirnos en nuestras casas. No por nuestros aspectos étnicos o ideológicos (como ocurrió en las penúltimas décadas del siglo pasado en este país), sino por un enemigo microscópico que ha traspasado continentes y fronteras, amparándose en los cuestionados hábitos higiénicos que se contraponen a los avances tecnológicos de una sociedad globalizada adentrándose al siglo XXI.

¿Qué es lo peor que nos está pasando?, ¿perder la libertad de tránsito?, ¿la escasez de alimentos?, ¿la pérdida de ingresos económicos?, ¿la oportunidad laboral que se buscaba?, ¿el reencuentro con familiares?, ¿el tratamiento de enfermedades?

Seguramente la lista puede coincidir o diferir en aspectos e intensidades para los incluidos en este drama que nos toca vivir en primera persona, protagonistas o antagonistas de una circunstancia que nos supera por sus dimensiones y cuyos efectos miramos perplejos a través de las pantallas de cristal en las que ser contagiados por el Covid 19 es la condena mortal que también pone en riego a la familia en primer lugar y todos aquellos que hayan tenido contacto con él.

¿A qué sacrificio estamos dispuestos a someternos por preservar la vida? ¿Estamos listos a enfrentar las limitaciones que se crean a partir de cumplir con una cuarentena domiciliar con la finalidad de no aumentar las cifras de mortandad en la que se incluyan parientes y amigos?

Repetir lo que ya se sabe puede ser un pleonasmo discursivo. Pero ignorar las noticias de España e Italia, por mencionar algunos, sobre los contagios, los tratamientos y lastimosamente, los fallecidos, son datos e imágenes que impactan y duelen.

Sin afán de ser alarmistas o apocalípticos pero grandes ciudades y países están detenidos en sus quehaceres cotidianos, nuestro caso no es el único y se ha paralizado el turismo, la cultura, la religión y lo que algunos podrían considerar una herejía, la suspensión de actos eclesiásticos hasta culminar con la no celebración de la Semana Santa.

¿Se puede ser indiferente con todo lo anterior y no atender las orientaciones establecidas por las autoridades para contener la propagación de esta pandemia?

Lo que tampoco puede dejarse fuera es el reconocimiento al personal sanitario que asume en primera línea el combate a esta enfermedad, así como al personal de los grupos de socorro, los policías, el ejército, el personal de empresas de alimentos, farmacias, mercados y tantos otros que han sido llamados a quedarse fuera de sus casas para no paralizar el funcionamiento básico de la sociedad, por el contrario de la gran mayoría que tenemos la oportunidad de estar con nuestros seres queridos y que algunos discrepan a someterse a la regulación.

“El Diario de Ana Frank” abarca el período de 1942 a 1944, años en los que Europa estaba en el apogeo de la II Guerra Mundial. Ellos cumplieron con lo que se propusieron para salvarse hasta que fueron capturados y llevados a diversos campos de concentración. De los ocho miembros que integraban la familia de Ana, solamente sobrevivió el padre, quien se encargó de publicar las memorias.

En nuestro tiempo no se trata de una guerra (aparte de todas las teorías conspirativas que han surgido para explicar la competencia comercial entre Estados Unidos y China), es más bien un recordatorio de aquellas cosas que dejamos de darle importancia porque las considerábamos superfluas: lavarse las manos (mi abuela materna me reñía por tocarme la cara con las manos sucias), el contacto personal sacrificado por la virtualidad, dar nuestro tiempo a la familia, escucha activa a nuestros semejantes, atender la salud, hábitos que dejamos a un lado por creer que teníamos otras prioridades que guiaban nuestra existencia.

¿Cómo se puede enfrentar la vida desde estas circunstancias? El peor es hacerlo con miedo, con desconfianza, con recelo de los demás. La distancia física requerida no demanda la creación de abismos en el trato, no son necesarios para encontrar sentido en la vida que nos ejemplifica con el valor de la colaboración, el más alto y fundamental principio para la existencia misma. El lema entonces es colaborar con todo y todos los que nos requieran para salir adelante de este proceso.

Pero curiosamente la niña de nuestro comentario también tiene una propuesta para esto: “A largo plazo, el arma más afilada es un espíritu amable y gentil”.

Quisiera escribir que la salida está pronta, pero la verdad que todos conocemos y nos negamos a aceptar, es que apenas comienza. La paciencia puede ser un buen antídoto para repartir con los demás.

Saludos a:  familiares, amistades, colegas en la distancia, pero presentes a cada instante en el sentimiento y el recuerdo.

Por Luis Alfredo Castellanos

Foto: Edwyn Guzmán

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