Ser Suchitotense nunca ha sido sencillo, pero tampoco complicado. Un Suchitotense sabe que ha amanecido cuando escucha el cantar de los gallos a plenas cinco de la madrugada y respira las frescas mañanas del llamado pueblo encantador que día con día avisa que es un buen momento de emprender nuevamente los caminos del esfuerzo y la perseverancia.
El replicar de las campanas y el bullicio de las mujeres comerciantes que recorren las húmedas calles empedradas, para llegar hasta sus puestos de frutas y verduras alegran a aquella población que se dirige hasta el mercado en busca de las hortalizas frescas que son cosechadas por los hombres y mujeres de las comunidades.
Al pasar de las horas, el sol comienza a salir y con todo su esplendor hace que sus rayos abracen a aquel pueblo de casonas que expanden su olor a historia. Los niños y las niñas con sus uniformes limpios se dirigen, entre risas y pláticas, a los centros educativos del pueblecillo, para llenar sus mentes de conocimiento y convivir con sus amigos que llegan de los barrios y las colonias.
Ha llegado el medio día, los timbres de las escuelas avisan que es hora de marchase hacia las casas. Nuevamente el centro del corazón de Suchitoto se agita entre voces de personas desesperadas, el pitido de los mototaxis y el retocar de la campana de las frescas minutas. Solo es un pequeño lapso de tiempo que deja ver el movimiento acelerado de la población que con rumbo desconocido apresura su paso para desaparecer entre las esquinas de los portales.
Mientras sucede eso, un olor a un exquisito almuerzo hecho por mujeres suchitotenses sale por aquellas ventanas de madera y hierro forjado. Asimismo, un aroma a frijolitos fritos y tortillas de comal despiertan el apetito de cualquier turista que se encuentre sentado en algún lugar de este pueblo.
Por esa razón, la vida de un Suchitotense siempre ha sido agitada, pues nunca descansa. Cada gota de sudor provocada por el cansancio y el calor se puede refleja en los rostros de aquellos que te atienden a ti, con una sonrisa de oreja a oreja y con una hospitalidad que te hacen sentir como en familia. Así son las personas de este pueblo, demuestran lo mejor de sí mismos a pesar de las adversidades.
Han llegado las cuatro de la tarde, las mujeres salen de los mercados y los agricultores con sus corvos en mano y su botella de agua sobre sus hombros pasan por aquella plaza, abarrotada por turistas nacionales e internacionales que disfrutan de un buen lugar, cuando se dirigen hacia sus casas de adobe y tejas.
En ese momento, el sol comienza a ocultarse entre las montañas, mientras que las pupuseras de los portales salen para vender aquellas exquisitas y deliciosas pupusas con sabor a lorocos frescos y con un aroma a quesillo derretido. Los turistas caen rendidos ante tan aromático olor que sale de entre los portales y se expande por toda la plaza.
La luna ha salido para brillar a la población de pájaros y flores que se preparan para dormir. Mientras que se dispersan los habitantes entre las calles. Por ello, sin duda, la vida de un Suchitotense nunca ha sido fácil, pero tampoco difícil, ya que las frescas mañanas absorben las mágicas noches que todo lo han vivido.
Por Oscar Orellana
Fotografías de Gerson Tobar