¿A quién le importa la cultura?

¿A quién le importa la cultura? Es una de las preguntas más validas que nos pueden hacer nuestros lectores en Suchitoto. Sobre todo, porque en las publicaciones de este periódico se da por sentado que la cultura importa y es imprescindible para el municipio.

Sin embargo, algunas personas podrían poner en entredicho su relevancia social, al ser entendida como algo accesorio o superfluo, limitándola solo al entretenimiento, o algo para personas que no tienen oficio que hacer, o peor aún, verla como el lujo de unos pocos.

Conviene -en esta nota- por tanto, hablar sobre la cultura, sin dar nada por supuesto ni sentado, preguntándonos a cuántos y a quiénes importa?, y por qué si, o por qué no, debe de importar. Debemos reflexionar sobre todo si esta importancia alcanza al conjunto de las comunidades que nos conforman.

A veces el valor de la cultura está claro para el individuo que la hace, la promueve o la disfruta, pero esta apreciación privada no basta para argumentar su carácter de bien común ni la relevancia colectiva que justifique el apoyo de todo el público. E igual podríamos decir del gusto por la música clásica frente al rap por ejemplo, el gusto de uno por el otro no nos da derecho a decir que alguien ama o no ama la cultura, la cultura es cultura.

El cuestionamiento del concepto y el papel de la cultura en un municipio pequeño como Suchitoto, no se reduce solo a la falta de recursos para hacer cultura, -razonados como una necesidad inapelable-, sino que va acompañado de un coro de voces provenientes de una larga lista de jóvenes, que han dedicado años a su formación artística representando al municipio en eventos internacionales, y siguen en las mismas condiciones sin mayores perspectivas de futuro, sobreviviendo el día a día, esperando que ocurra el milagro de la cultura.

A pesar de seguir reconociendo y presentando a Suchitoto como “un pueblo cultural” y hoy “encantador” el municipio sigue sin cuajar bien un proyecto que cohesione y direccione los diferentes esfuerzos para trazar un norte que de esperanza a las juventudes. Si bien es cierto que la cultura cuesta dinero, muchas veces no se habla del valor sino del precio de las cosas, por lo tanto, se entra en la lógica de la rentabilidad, aunque en este caso la relación entre coste y beneficio no se da sólo en términos de mercado sino también entre coste público y beneficio social.

Muchas veces sobre ponemos el valor instrumental, encima del valor intrínseco, y perdemos de vista lo que la experiencia cultural aporta como identidad.

En realidad hay una falta de sintonía entre los discursos y la realidad que es imprescindible reconducir hacia un entendimiento común de por qué importa la cultura. El valor y reconocimiento de la cultura lo debemos entender como una red dinámica en la que todo está interrelacionado, desde quien enseña, promueve, ejecuta, financia y consume; y desde el hip-hop hasta la ópera. No es cuestión de jerarquías, lo que importa es la diversidad, la cadenita de eslabones que se van entretejiendo para hacer girar la rueda maravillosa de la cultura.

Por eso es importante preguntar en una ciudad cultural ¿A quién le importa la cultura?  Porque si bien es cierto se cuenta con muchos recursos también es cierto que falta sintonizar bien esos recursos e iniciativas para construir un reconocimiento común de la cultura como parte esencial de la vida, el desarrollo social y humano del municipio.

A pesar de que muchas veces los eventos culturales no siempre van con los gustos de todos y todas, debemos superar el cliché del elitismo en la cultura, la distancia entre el usuario de la ciudad y el que viene de una comunidad, no es tan grande cuando se sientan juntos a disfrutar de un evento, ambos son importantes y pueden disfrutarlo cada uno a su modo. La cultura son procesos e interacciones que tienen lugar en la calle, en un café, bibliotecas, bares, en la comunidad, las escuelas o delante de un ordenador al escribir para un medio, no sólo en los canales convencionales y las grandes teatros o salas que salen en la prensa.

Por tanto debemos comprender la cultura como algo inherente al pueblo, y uno de los valores más importantes es que introduce en nuestra vida sensibilidad, nos hace más humanos en medio de un mundo deshumanizante, nos devuelve la capacidad de sentir, reír, vibrar y fluir frente a la complejidad de la existencia. No por ello seremos siempre más felices, ni mejores personas, porque la cultura también puede ser edificante o perturbadora. Puede servir para generar imaginarios de consenso que cohesionen una comunidad o ser un espacio de debate, crítica o subversión. Porque la cultura también es el poder de influir y transformar las formas de ser y estar con el mundo, recordándonos la importancia de la conciencia política y los medios de comunicación como espacios para el pensamiento.

Por eso debemos permitir que la cultura se vuelva espejos para representar consensos y conflictos, y construir formas de interactuar, compartir y generar trasformaciones constructivas en nuestro entorno.  No solo se trata de ir haciendo cultura y activismos culturales, sino de entender su esencia y dinámica, las formas de llegar, estar, dialogar e influir constructivamente en el imaginario colectivo de la ciudadanía. ¿A alguien le importa esto?

Fotografìa: Gerson Tobar

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