Reflexiones sobre el periodismo después del periodismo

Por: Jorge Tirzo

El periodismo ha cambiado, y mucho. Su nombre aludía a la periodicidad con la que era publicado (el diario, el semanario), porque esos eran los ciclos del periodismo industrial propios de la galaxia Gutenberg. La era digital (esa galaxia Internet) nos ha cambiado los ritmos. Por un lado, herramientas y flujos en tiempo real hacen necesario un periodismo en vivo. Ya no periódico, sino cuando ocurra, mientras ocurra, después de que ocurra. Siempre. Lo periódico se vuelve inmediato. Por el otro lado, los tiempos largos y la posibilidad de construir plataformas informativas permiten hacer coberturas y proyectos de largo (larguísimo) aliento: crónicas y reportajes multimedia, plataformas periodísticas, redes de información, bases de datos interactivos. Lo periódico se vuelve permanente. El periodismo que nació episódico y fragmentario, ahora se vuelve un continuum informativo en donde los tiempos cortos conviven con los largos. Es pasar de la lógica de la publicación periódica (el periódico, el noticiario) hacia plataformas informativas que conjuguen lo permanente con lo inmediato.

No se trata sólo de cambiarle el nombre a una actividad humana que sigue teniendo principios fundamentales inamovibles (la verificación de datos, el fair play, la responsabilidad con las fuentes, la libertad de expresión, etcétera), es más bien un ejercicio de reflexión sobre las dinámicas comunicativas que el periodismo necesita desarrollar para sus nuevos lectores y productores. Pensar un periodismo más allá de lo periódico es una oportunidad para concebir la información de una manera más acorde a los nuevos flujos sociales e informativos. Basta con asomarse a Facebook para mirar cómo se construyen las experiencias comunicativas del siglo XXI: No es una publicación fija y periódica, como en su tiempo fueron las revistas, los anuarios o los álbumes de fotos; tampoco es ordenada por editores, ni los colaboradores son fijos. Se trata de una plataforma de contenidos, basada en relaciones, interactiva, donde los productores son a la vez consumidores. Un flujo incesante de socializaciones llenas de sentido. Si el periodismo se queda fijo y periódico, dejará de ser significativo para los ciberusuarios. El periodismo después del periodismo debe entender la nueva dinámica comunicativa y apropiársela no sólo en la distribución de contenidos, sino también en la planeación, investigación, realización y retroalimentación de los mismos.

Cuando el periodismo era periódico y de periódicos

En español, nuestro oficio recibe el nombre de los ciclos de producción informativa. Un periodista es aquel que elabora información periódicamente, es decir, bajo ritmos fijos habituales de la profesión. La palabra “periodismo” data de mediados del siglo XVIII y, a diferencia de otros idiomas, en el español se impone sobre el término “diarismo” (López de Zuazo, 1995). En la mayoría de las lenguas el nombre del oficio no alude a la periodicidad de forma genérica, sino que hace énfasis específicamente al ciclo diario. Así es como el journalism, en inglés, es un oficio que designa al “diarista”, al que publica información cada jornada. Lo mismo pasa en un buen número de idiomas, como lo prueban los vocablos journalisme, en francés, jornalismo, en portugués, giornalismo, en italiano, journalismus, en alemán, zhurnalistika, en ruso, etcétera. De cualquier forma, todos estos vocablos aluden al ciclo de producción y no al contenido de lo producido.

Si nos ponemos exigentes, una buena cantidad de oficios también son periódicos y no son llamados “periodismos”. Los docentes (“los que enseñan”) suelen trabajar dando clases periódicamente, muchos incluso de forma diaria. Los cocineros (“los que cocinan”) habitualmente producen diariamente, e incluso tienen varios menús que preparar cada jornada. De una u otra forma, muchos oficios tienen ciclos reiterados que no les dan nombre porque tal periodicidad no es fundamental para su labor. Los docentes pueden enseñar en ritmos muy disímiles y los cocineros pueden hacerlo de forma habitual o no. Los periodistas solíamos estar regidos por la periodicidad de una forma tan fuerte que ameritó que el oficio tomara ese nombre. Actualmente, la lógica comunicativa de la información se diversificó tanto que el periodismo ya no es necesariamente periódico. Es más, muchas veces el mejor periodismo es justamente el que no es periódico ni estuvo en el periódico.

El fin de los deadlines y los límites de caracteres

Los límites físicos de los medios tradicionales condicionaban la forma del periodismo de forma altamente restrictiva. Los textos debían tener cierto número de caracteres (o minutos en el caso de la radio y la TV) y debían entregarse a cierta hora del día para que se procesaran para ser publicados. Si había errores o información emergente, no había forma de incorporarla después (a lo mucho en una fe de erratas). El periódico, o el noticiario, se escribía todos los días como un producto nuevo. El contenido periodístico estaba subordinado a la forma de operar de los medios. Pero, ¿qué posibilidades se abren cuando se puede publicar de inmediato, sin límite de espacio y con la facilidad de corregir o actualizar con nueva información?

El periodismo tradicional no suele hacer todavía mucho uso de tales características propias de la red. Los periódicos digitales siguen teniendo deadlines de publicación, muchas veces subordinados a las ediciones impresas. Si una nota informativa se publica con errores en el online, lo más probable es que se quede así por el resto de los tiempos en vez de corregirlo. Si después de publicar una nota hay más información, lo más frecuente es que se publique una nueva nota, dejando la otra también en línea, con información incompleta o inexacta. Si se publica un error, la inercia del modelo tradicional lleva a que se cometan absurdos como borrar la nota online (lo que suele venir de críticas acompañadas de capturas de pantalla donde el error sigue evidente). Ese tipo de errores eran aceptables bajo el supuesto de que la edición matutina de un periódico sólo se publicaría una vez en la vida y luego ya no se podría añadir o quitar nada. El lenguaje digital permite perfectamente esos cambios. No hay excusas para dejar errores publicados en el periodismo digital.

Los primeros cambios en el contenido periodístico, debido a la libertad de la forma, ya se están viendo. En buena medida (aunque no la única), el llamado “boom de la crónica latinoamericana” es posible gracias a que ya no es problema la proliferación de textos extensos. Hasta hace pocos años, los géneros extensos como la crónica y el reportaje, sufrían una crisis de exposición debido a que los periódicos no les daban espacio o lo hacían de una forma muy esporádica. La televisión lo hace aún más evidente, pues rara vez publica videos periodísticos extensos, sino que se enfoca a notas breves descontextualizadas. En cambio, la proliferación de revistas, blogs, sitios web y otros medios digitales dedicados a la crónica le ha abierto un renovado espacio a este género. Ejemplo de ello son medios como Radio Ambulante, Revista Anfibia, ProDaVinci, Replicante, etcétera. Sus textos suelen ser muy extensos, dando a los autores la posibilidad de explayarse en análisis, historias y explicaciones complejas.

Los ebooks periodísticos de la editorial eCícero son el ejemplo extremo. Los textos narrativos periodísticos son pocas veces imprimidos por editoriales tradicionales, pues son muy extensos, difíciles de producir y tienen pocos lectores. Los bajos costes de producción y distribución que tienen los libros electrónicos permiten fácilmente publicar este tipo de investigaciones al precio de un café. Aunque también hay aspectos sociopolíticos que han influido en este boom, es innegable que la libertad de espacio es un factor que ha jugado a su favor. Ahora podemos hacer periodismo desde los 140 caracteres, hasta los 140 millones, si es necesario.

Yendo más allá, los usos extremos del lenguaje digital (como la Wikipedia, el difunto Google Wave o hasta el popular Dropbox) apuntan a procesos dinámicos y complejos de lectoescritura colaborativa. Ni siquiera son una posibilidad lejana, sino una realidad empírica que muchos grupos sociales ya están ocupando de forma orgánica. Empresas completas usan herramientas para compartir documentos, como Dropbox o Google Drive, para evitar la duplicidad de un archivo. Por ejemplo, se puede elaborar una hoja de cálculo con los ingresos y egresos de una empresa. En vez de enviar una versión distinta cada día, se puede actualizar un sólo archivo en la nube con los datos de cada nuevo día; todo esto desde distintos lugares, por distintas personas y en diferentes dispositivos.

¿Y eso cómo puede servirle al periodismo? Hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos en una nota informativa escrita en tiempo real de forma colaborativa en una herramienta similar a Google Docs. Desde su teléfono, un reportero en el lugar de los hechos podría iniciar la redacción, añadir fotos, video, audio; mientras tanto, un editor en la redacción puede añadir contexto, vincular a piezas relacionadas, verificar datos, corregirlas, etcétera. Los lectores podrían participar añadiendo comentarios, opiniones, informaciones complementarias, desmentidos, etcétera. Si surgiera un dato inexacto, simplemente bastaría con corregirlo por uno más certero. A medida que el tema evoluciona, los diferentes sucesos podrían ser incorporados dentro de la misma página, o hipervinculados si ameritan una discusión distinta. Un periodismo más parecido, en la forma, a la Wikipedia que a las páginas de un periódico. Las posibilidades técnicas ya permiten la elaboración de periodismo participativo más allá de la lógica de los deadlines y el límite de caracteres. Falta que las prácticas de producción aprovechen esas potencialidades para generar un cambio en la forma que lleve a un mejor contenido.

Cuando el “inmediatismo” se vuelve “permanentismo”

Lo que llamo “inmediatismo” se trata probablemente del periodismo digital más evidente y popular actualmente. Su ejem-plo más directo es la simbiosis que ha tenido Twitter con los medios informativos. Incluso es la dinámica que más detractores y más prejuicios ha generado. Muchos periodistas y críticos de los medios identifican el periodismo digital casi exclusivamente con el periodismo de “minuto por minuto”, la cobertura en vivo y los 140 caracteres. Las críticas principales van encaminadas a decir que la presión, la necesidad de rapidez y los pocos caracteres para expresarse están permeando la calidad del periodismo.

Lo que muchas veces se olvida es que el periodismo en breve y en tiempo real no es nada nuevo. La radio lo ha hecho desde sus inicios, la televisión hace despliegues gigantescos de coberturas en vivo de forma cotidiana, y los periódicos se han aprovechado de ello desde el telegrama, pasando por el telex y los cables de agencias. Si se puede hacer periodismo en tiempo real digno en radio, también es posible en Periscope. Si las agencias noticiosas han hecho trabajos excepcionales desde los tiempos de la clave Morse, también se pueden hacer en la era Twitter. No es la herramienta, sino la preparación y el trabajo previo necesario en toda cobertura en vivo.

El gran cambio está en que las nuevas coberturas en vivo no son unidireccionales y, al menos potencialmente, nunca terminan. Pongamos el ejemplo hipotético de la cobertura de una manifestación en Twitter. Los periodistas pueden utilizar dicha plataforma para publicar imágenes y reportes, como si se tratara de información para la radio o televisión. Pero, simultáneamente, habrá otros usuarios, no siempre desinteresados, que publiquen su propia información: activistas que quieran visibilizar sus peticiones, opositores que quieran desviar la atención a través de bots o mensajes falsos, gobiernos que quieran reivindicar o neutralizar la protesta, periodistas ciudadanos o amateur que quieran dar enfoques distintos a los medios hegemónicos, etcétera. El gran reto de este tipo de periodismo es darle orden, jerarquía y balance informativo a la red de informaciones que se van generando en tiempo real. La responsabilidad de los medios periodísticos ya no es sólo producir información en tiempo real, sino también recuperar la información generada por los demás, filtrarla, curarla y presentarla de una manera balanceada.

¿Y qué pasa cuando termina la marcha? Twitter, Instagram, Facebook y demás plataformas estarán llenas de videos, reportes, crónicas, opiniones. El periodismo tiene el deber de incorporar todo eso a la narrativa sobre la protesta, de manera ordenada, verificada y curada. La nueva labor periodística no termina cuando acaba la marcha –como de hecho nunca ha debido hacerse– sino que se extiende al seguimiento de los contenidos publicados en redes (y fuera de ellas). Lo periódico se vuelve una labor permanente de seguimiento, filtro y ordenación.

¿Y cómo darle seguimiento a los temas? ¿Dónde publicar tanta información generada? ¿Cuándo acabar una cobertura? Parecen preguntas abrumadoras, al menos para los medios tradicionales. Los periódicos acostumbrados a las secciones, las fuentes y las publicaciones periódicas tienen muy difícil la labor de procesar las coberturas a largo plazo. Sin embargo, otro tipo de medios digitales más pequeños, pero más flexibles, pueden adoptar este tipo de periodismo de forma eficiente. Imaginemos que un medio digital solamente se enfoca en la cobertura del medio ambiente. Las curadurías, informes en tiempo real, bases de datos y demás, pueden seguir infinitamente en stand by, esperando a ser actualizadas cuando ocurra algo nuevo.

Los nuevos periodistas deben ser expertos en sus áreas y saber actualizar la información. Antes no podía corregirse o actualizar una información publicada. Lo que se imprimía quedaba así, perpetuamente. Pensemos en la diferencia entre una enciclopedia impresa y una digital. Si se encuentra un error en un libro impreso, es incorregible; en una plataforma digital la corrección está a un clic de distancia. Casos como la Wikipedia llevan esta lógica de la corrección a una nueva dimensión, al volverlo un proceso colaborativo. Probablemente haya muchos errores en la Wikipedia, pero también hay muchos colaboradores corrigiéndolos y construyendo nuevas entradas. El periodismo tiene mucho que aprender de esa dinámica. Así como los moderadores de las wikis son fundamentales para evitar abusos y errores, los periodistas deben asumirse como moderadores informativos para evitar abusos y errores de sus comunidades de contenidos.

Aceptémoslo, el periodismo ya no es periódico. O por lo menos ya no necesariamente es así. Ejemplos como el boom de la crónica o plataformas multimedia informativas son, incluso, prueba de que se puede hacer gran periodismo fuera de la lógica industrial periódica. De la lógica de la producción en serie a la del diseño especializado. Del periodismo estilo McDonalds a uno parecido al arte-objeto.

Periodismo posdigital

El segundo gran cambio está en la noción de “lo digital”. Hasta hace unas décadas veíamos a las computadoras y a Internet como entidades raras, ajenas de la vida cotidiana, con la promesa de que algún día serían el futuro.

Había momentos online y offline bien diferenciados. Se hablaba de “realidad virtual” como algo alterno, casi como una vía de escape. El sonido de los primitivos módems marcaba un antes y un después de “conectarse” y “desconectarse” de Internet.

En ese contexto es que nacieron los conceptos de “periodismo digital”, “periodismo electrónico”, “periodismo asistido por computadora”, “ciberperiodismo”, etcétera. Con sus matices, todos apuntan a la idea de acercar al periodismo a la “nueva” realidad que surgía. Al periodismo, que no nació digital, había que dotarlo de digitalidad.

La convergencia mediática (en sus dimensiones económica, tecnológica y social) ha hecho que “lo digital” sea un elemento orgánico e indisociable del periodismo contemporáneo. ¿Cuántos periódicos, incluso de papel, se hacen sin emplear elementos digitales? ¿Cuántos diseñadores editoriales no emplean software como InDesign o Photoshop en el proceso de producción impresa? ¿Cuántas estaciones de radio o estaciones de televisión funcionan sin lo digital? ¿Qué diferencias existen entre los sitios web de una estación de radio, un canal de televisión y un periódico impreso? ¿Cuántos reporteros producen información de forma totalmente analógica? ¿Cuántos lectores se informan sin ningún tipo de mediación digital?

Lo digital deja de ser un rasgo distintivo para permear todos los aspectos del periodismo e incluso de la vida. Ya en 1998, Nicolás Negroponte apuntaba el fin de la época en que nos maravillaba lo digital como algo novedoso, como posibilidad (Negroponte, 1998). Lo digital se ha cotidianizado y, de una u otra forma, atraviesa nuestra forma de interactuar, relacionarnos, escribir o leer; o por lo menos esa es la tendencia (Tinworth, 2012). A eso es lo que apunta la noción de lo “posdigital”, en general, aplicable perfectamente al periodismo en tanto que es una actividad que ha asimilado la digitalización de una forma activa. Todo periodismo es ya digital aunque no se lo pretenda.

Claro que tal afirmación teórica debe ser matizada por la realidad empírica. La brecha digital de regiones como América Latina, hace evidente que para grandes sectores poblacionales lo digital sigue siendo esa maravilla (o pesadilla), lo que para la clase media urbana ocurrió hace décadas. Por poner un ejemplo, las escuelas rurales de Chiapas muchas veces carecen de infraestructura básica, por lo que es difícil sostener que en esos contextos el lenguaje digital sea algo cotidiano. También hay que tomar en cuenta que hay grupos que, aún teniendo acceso a lo digital, han decidido tomar distancia por una decisión ideológica, por prejuicio, por ignorancia o por una combinación de todas las anteriores. En el periodismo mexicano se encuentran bastantes casos de este tipo de periodistas, redacciones o grupos reaccionarios ante los cambios tecnológicos y los ritmos de publicación.

Sin embargo, la tendencia generalizada del periodismo es la posdigitalización. Incluso los proyectos pensados expresamente como medios impresos, son pensados en función de la dinámica de la era digital. Si se opta sólo por imprimir es como respuesta a los productos digitales ya normalizados. Parece que la situación se invirtió. Antes, imprimir era la norma y lo digital era la alternativa. Ahora, los medios que sólo son impresos son vistos como alternativas, debido a que la idea hegemónica de la dinámica comunicativa se ha construido en torno a lo digital. Mientras tanto, la brecha digital tiende a cerrarse, aunque en nuestros países latinoamericanos el ritmo sea mucho más lento que en los europeos. Aún así, como lo apunta James Breiner, ya hay más mexicanos con acceso a Facebook que lectores de periódicos impresos (Breiner, 2011). Tal comparación no pretende equiparar los contenidos de ambas plataformas, sino evidenciar que lo digital es ya un modo de vida habitual para muchas más personas, con todo y la inevitable brecha digital. Dicho de otra forma, lo posdigital es evidente en tanto que la brecha digital se va cerrando, mientras que la brecha del papel se va profundizando.

Entonces, ¿cómo llamarlo?

Si el periodismo ya no es periódico y lo digital ya no es un factor de diferenciación, entonces, ¿qué nombre le ponemos a esto que conocíamos como periodismo digital? Puede verse como una pregunta ociosa, tomando en cuenta que los seres humanos todo el tiempo cambiamos de significados sin actualizar el significante cada que lo hacemos. Ejemplos abundan: La democracia griega no es igual a la de la revolución francesa, como tampoco son iguales a las democracias latinoamericanas contemporáneas. Y, sin embargo, todas comparten el mismo significante de la palabra “democracia”. Ese es justamente el nivel de cambio que ha experimentado nuestra disciplina. Aunque le seguimos llamando igual al significante, su significado es profundamente distinto. Tanto, que no me sorprendería que el lenguaje comenzara a transformarse para llamarle de forma distinta a nuestra profesión. De hecho, hay significantes que han surgido y habrá que ver qué repercusiones tienen en el futuro.

El surgimiento de las ciencias de la comunicación en el siglo XX trajo consigo también la formación de “comunicadores” y “comunicólogos”. La proliferación de plataformas de construcción y mantenimiento de redes sociales ha traído a las redacciones periodísticas la figura del community manager. La necesidad de filtrar y ordenar las publicaciones digitales ha hecho necesaria la discusión sobre los “curadores de contenidos”. El éxito de estima de géneros como la crónica y el reportaje ha traído consigo la figura de los “escritores de no-ficción”. En todos estos términos hay elementos del “periodismo”, y otros que no lo son. Hay comunicadores que hacen labores periodísticas, y otros que solamente desempeñan figuras de entretenimiento. Hay community managers que son excelentes periodistas, y otros que se desempeñan en ámbitos más cercanos a la mercadotecnia. Hay textos de no-ficción que son grandes piezas periodísticas, y otros que solamente son cercanos a la literatura. Con todo y los cambios, sigue habiendo una “periodismidad” (sic) que nos hace seguir llamándole periodismo a nuestro oficio.

Lo importante en este caso no es inventar una nueva palabra, sino comprender los procesos de cambio profundo que se están dando frente a nosotros. Ante ellos hay dos propuestas de periodismos posibles: el periodismo posindustrial y el posperiodismo.

¿Periodismo posindustrial?

En el 2012 el Tow Center for Digital Journalism publicó el ensayo/estudio-cuantitativo titulado Periodismo postindustrial: adaptación al presente (Anderson, Bell y Shirky, 2013). Sus autores aplicaron una encuesta a periodistas de todo el mundo para realizar una radiografía de la prensa y sus transformaciones. Las conclusiones fueron que el modelo de negocios, eso que tanto preocupa a muchos medios, es solo la punta del iceberg en la serie de cambios que se están dando, sobre todo del lado de lo que antes llamábamos audiencia. En vez de lectores pasivos, nuestros intermediarios ahora son activos, muchas veces más activos que los propios periodistas. Más que lectores, son usuarios, editores, curadores, prosumidores. El reto está en dialogar con ellos y no romper relaciones.

Ante este escenario, los autores aseguran que el periodismo industrial se sostiene de inercias que, en algunos casos, ya terminaron, y, en otros, están por hacerlo. El periodismo que viene después, el periodismo posindustrial, ya no es el de las grandes organizaciones mediáticas, sino un ecosistema más complejo donde conviven medios de distintos tamaños con productores de información profesionales, ocasionales, amateurs, bajo cobro, voluntarios, etcétera.

La producción de noticias ha pasado de ser una serie de puestos de trabajo a un conjunto de actividades; siempre habrá un núcleo de profesionales a tiempo completo, pero también habrá cada vez más participación de trabajadores a tiempo parcial, a menudo como voluntarios, y las distribuirá gente que se concentrará menos en cuestionar qué es noticia y qué no lo es que en preguntas como ‘¿Les gustará esto a mis amigos o seguidores?’. La creciente superposición y la colaboración entre trabajadores a tiempo completo y parcial y entre los empleados y los voluntarios será un desafío central a lo largo de la década.

Este será un mundo en el que los mayores cambios se habrán producido no en las funciones de los periodistas a tiempo completo, sino del público; donde el consumo privado atomizado y la discusión en pequeños grupos habrán dado paso a una explosión de formas alternativas de compartir, comentar e incluso contribuir a la construcción o producción de las noticias (Anderson, Bell y Shirky, 2013).

El estudio termina con una serie de recomendaciones para los medios tradicionales:

Decida qué porción de las noticias desea cubrir y cómo. Salga de cualquier actividad que no contribuya a esos objetivos. Busque alianzas o colaboraciones con otras organizaciones que promuevan estos objetivos a un coste menor de lo que costaría en casa. Trabaje para hacer que el resto de actividades sean excelentes o baratas (o, idealmente, las dos cosas) (Anderson, Bell y Shirky, 2013).

Y otros tantos para los nuevos medios:

Las nuevas organizaciones de noticias tendrán que hacer todo lo que hacen las organizaciones tradicionales en términos de dominar los equilibrios entre velocidad y profundidad, entre agregación y creación, o entre creación en solitario y búsqueda de socios. Pero en general será más fácil para las nuevas organizaciones entender y gestionar estos equilibrios, simplemente porque los empleados individuales no tienen que desaprender presuposiciones anteriores para adaptarse a las realidades presentes. Como siempre, la ventaja de que tienen las organizaciones y las personas jóvenes sobre las mayores no es que sepan másb no saben más. La ventaja es que saben menos cosas que ya no son ciertas (Anderson, Bell y Shirky, 2013).

La apuesta es por medios más pequeños, enfocados, con colaboradores fijos y otros externos, que combinen la agregación con la generación de contenido, que no pretendan hacerlo todo ellos, sino que externalicen. En palabras de Jeff Jarvis: “Haz lo que hagas mejor y enlaza al resto” (Marshall, 2013).

¿Posperiodismo?

La otra propuesta conceptual no sólo apuesta a un periodismo después de la era industrial, también hace énfasis en el periodismo después del propio periodismo. Uno de sus promotores, el periodista Bernardo Gutiérrez, asegura que no se trata de que el periodismo vaya a terminarse, como se ha discutido al hablar del fin de los periódicos impresos: “Nos encontramos ante una mutación semántica. La definición clásica de periodismo ya no sirve. Tal vez sobreviva, enriquecida, en una nueva definición de ‘posperiodismo’. Un redefinición que describe otra realidad, otra práctica, otros hábitos” (Gutiérrez, 2012).

En congruencia con sus ideas, Gutiérrez elaboró un Manifiesto posperiodístico en una wiki colgada en PiratePad. Algunas de sus ideas principales son que la información se vuelve un proceso compartido; la definición de contenidos se amplía; el posperiodista se confunde con un curador; el posperiodismo se entiende como una estructura de código abierto en constante cambio; la noticia deja de ser el elemento básico para darle paso al flujo; la información deja de verse como un producto para formar una comunidad; el posperiodismo se vuelve un dotador de sentido a hechos conocidos, y la importancia de la circulación así como de lo compartido. Destaco la idea de la curaduría de contenidos y de los flujos como elementos centrales:

El posperiodista se confunde con un curator (comisario). Seleccionar el contenido relevante en la infoesfera de la sobreabundancia será una de sus principales tareas. Filtrar contenido será una de las labores del posperiodista. […] La noticia –que no desaparecerá– deja de ser la unidad básica del posperiodismo. El flujo, un constante fluir de hechos, datos y declaraciones, pasa a ser la columna vertebral del posperiodismo. El fragmento pasa a ser la unidad mínima informativa. La información se convierte en un río compartido que incorpora fragmentos distribuidos elaborados por periodistas y lectores. El río convivirá con una estructura informativa descentralizada (archivo en beta) inspirada en la Wikipedia. Algunos, camino insinuado por la P2P Foundation, preferirán añadir información al wikicuerpo de su marca que al río de flujos (Gutiérrez, 2012).

Otro de los periodistas que han ocupado el concepto de posperiodismo es Roberto Guareschi, uno de los creadores del sitio web del diario El Clarín. Él pone énfasis en el carácter interactivo del posperiodismo. Nuevamente se trata de un cambio en las audiencias anteriores. El rol del posperiodista es gestionar los flujos que ya están generando los usuarios (lectores, políticos, empresas, otros medios) y darles sentido en una dinámica de participación.

El postperiodismo es el periodismo que va a suplantar al actual. La aparición de la interactividad otorga la posibilidad de que usuarios, lectores o audiencia participen de distintas maneras. A veces de forma significativa u otras simplemente comentando. Pero esto abre una posibilidad que nunca existió y es la primera vez que ocurre algo verdaderamente nuevo en el periodismo. Es, simplemente, un camino que se abrió y un camino en el cual los medios masivos, muchísimos, no entraron. O bien, muchos entran mentirosamente, por ejemplo, dicen que están en las redes sociales pero sólo las usan para promocionar sus contenidos. Pero no usan las redes sociales para conectarse verdaderamente con los usuarios o para permitirles a los usuarios conectarse entre ellos. El postperiodismo se va a construir a partir de la participación de los lectores. Eso parece obvio, sin embargo muchas veces no se tiene en cuenta el cambio monumental que significó la aparición del usuario activo (Mascardi, 2012).

¿Periodismo no-periódico posdigital y posindustrial?

Todos los cambios semánticos analizados ponen en evidencia que el periodismo atraviesa una transformación profunda. No se trata solamente de hacer lo mismo “pero en digital”. Tampoco es simplemente una adaptación del modelo de negocio. Está en juego el significado mismo de la profesión.

Es probable que el significante “periodismo” también cambie en algún momento, pero es más importante cambiar primero el significado. Los que trabajamos de este oficio debemos hacer un examen de conciencia sobre lo que hacemos, por qué lo hacemos, para quién y cómo. Es básico entender los lenguajes digitales y transmediáticos que se usan en las comunidades participativas para generar un periodismo útil para nuestros tiempos.

El periodismo después del periodismo debe entender que la información se construye, se consume, se comparte y se utiliza. Que el lector ya no sólo lee, sino también produce, comenta, reclama, aporta y mejora. Que también hay usuarios inconformes que ya no son pasivos, sino que trolean, critican, destruyen, vandalizan. Que siempre hay más información allá afuera de la que puede generar un solo medio. Que el ruido es mucho y parte de nuestra nueva función es de filtro, de nodo, de gestión y curación.

Que el espíritu del periodismo sigue vigente en la verificación, el balance, la interpretación, el contexto. Que las formas del periodismo han cambiado radicalmente y lo seguirán haciendo. Que hay un periodismo después del periodismo que conocíamos… y que de nosotros depende hacerlo bien.

Por: Jorge Tirzo

Fuente:  Revista Mexicana de Comunicación, enero 2018.

Bibliografía

López de Zuazo, A. (1995). Origen y evolución del término «periodista». Estudios Sobre El Mensaje PeriodíStico (2).

Anderson, C. W., Bell, E. y Shirky, C. (2013). Periodismo postindustrial: adaptación al presente. Huesca, España: eCícero.

Breiner, J. (30 de Mayo de 2011). Los nuevos lenguajes del periodismo en Internet. Recuperado el 1 de octubre de 2015, de Revista Mexicana de Comunicación:  http://mexicanadecomunicacion.com.mx/rmc/2011/05/30/los-nuevos-lenguajes-del-periodismo-en-Internet/

Gutiérrez, B. (28 de Abril de 2012). Un manifiesto posperiodístico. Recuperado el 17 de octubre de 2015, de Clases de periodismo: http://www.clasesdeperiodismo.com/2012/04/28/un-manifiesto-posperiodistico/.

Marshall, S. (5 de Junio de 2013). #editors13: ‘Do what you do best and link to the rest’. Recuperado el 21 de octubre de 2015, de Journalism: https://www.journalism.co.uk/news/-editors13-do-what-you-do-best-and-link-to-the-rest-/s2/a553173/.

Mascardi, J. (10 de Abril de 2012). El postperiodismo: Entrevista con Roberto Guareschi: Periodismo con los lectores. Recuperado de Revista Replicante: http://revistareplicante.com/el-postperiodismo/.

Negroponte, N. (Diciembre de 1998). Recuperado el 21 de octubre de 2015, de Nicholas Negroponte: http://web.media.mit.edu/~nicholas/Wired/WIRED6-12.html.

Tinworth, A. (15 de Enero de 2012). What is post digital? Recuperado el 21 de octubre de 2015, de Next: https://nextconf.eu/2012/01/what-is-post-digital/

Varios autores (Wiki). (s.f.). Manifiesto posperiodístico. Recuperado el 17 de Octubre de 2015, de PiratePad: http://piratepad.net/rcrgptawab.

 

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