Por: Nayda Acevedo Medrano

Comprender que el agua es vida, que el agua es un recurso finito y que hay que protegerlo, es acaso el primer paso en la toma de conciencia de este problema, pero pasa por trascender de la tranquilidad de saber que mañana abro el chorro y tengo alguito de agua, o que voy al pozo y todavía encuentro un par de guacaladas, va más allá de vernos en el día a día que esta vorágine nos ha impuesto. Y es que ponemos los ojos y elevamos el grito (no es para menos) cuando en las agendas legislativas (las del bloque de derecha) se proponen una serie de medidas para privatizarla.

¿Cuándo se debatirá seriamente este tema en la Asamblea Legislativa?. A pesar de saber que esas agendas legislativas tienen sus intereses a la vista, es fundamental señalar que la defensa del agua requiere de estrategias integrales. No se trata solamente de la reacción a la agenda legislativa de la derecha o a la respuesta de la actual agenda de la izquierda, porque eso implicaría una ciudadanía que responde a esas agendas políticas, que no trascienden de las curules y de su representación de intereses.

Es un problema más profundo, más estructural, que debe elevarse más allá de la tradicional incidencia política a la que nos acostumbraron estos años de postguerra, creyendo además que la institucionalidad tiene el monopolio de la decisión, la obligación de resolver y la respuesta a nuestros problemas en estos regímenes híbridos, donde la democracia termina siempre aplastada por los autoritarismos que nos habitan pues esos autoritarismos viven, palpitan y se manifiestan precisamente en este andamiaje que nos sostiene como sociedad.

Creo, en su defecto, que es momento de volver el rostro a los territorios. De regresar a la defensa comunitaria, de generar procesos de construcción que nos permitan repensarnos desde esos niveles, sin quitar el dedo del renglón de lo macro, claro, porque estas rendijas son las que se han aprovechado para montarnos el andamiaje sobre el cual este paisito ha sido construido, pero viéndonos con lupa desde ahí. La defensa de los territorios pasa por esa deconstrucción que necesitamos, por saber que nuestros cuerpos son parte de él, que hay una simbiosis de la que nos hemos desconectado y la cual es necesario activar, pero también pasa por saber y sanar nuestros dolores heredados y los propios, y atenderlos.

Es la gente en los territorios la que debe empoderarse, la que debe concientizarse, la que debe generar desde ahí el espacio y nosotros y nosotras sumarnos a ellas, no al revés. Son las mujeres, las y los jóvenes, los hombres, las abuelas y abuelos y la niñez la que debe tener otras relaciones en el lugar que habitan. El agua es vida y la vida es una forma de relacionarnos con nosotros mismos, con nuestras y nuestros pares, con nuestro entorno y son esas relaciones sociales las que deben empezar a tejerse con otros hilos, entre muchas manos.

Siendo esto, la agenda que nos convoca a la defensa del agua debe concentrarnos en la Asamblea, pero también debe llevarnos a las comunidades. Esta no es una lucha de un día, de un mes, de una década… es un compromiso y una lucha para toda la vida. Yo no se ustedes, pero yo no quiero heredar a mis hijos un país, un mundo peor de lo que lo recibí y lo menos que puedo hacer es sumarme, pero sumarme a esas luchas que requieren también de nuevas estrategias, de nuevas apuestas. Soy materia dispuestas, lo más difícil es empezar a empujar desde otro ángulo la piedra, desde dónde, con quiénes.

Obviamente estamos llegando al fondo y no nos queda más que volver a proponer, repensarnos, reiniciar, como lo hicieron los movimientos en los años setenta, toda distancia salvada. Nos corresponde, pues, romper con esta inercia.

Nayda Acevedo Medrano 1976, San Salvador. Es abogada de profesión y se ha dedicado a la defensa de los derechos humanos desde muy joven. En 2015 gana el premio único de poesía infantil en los Juegos Florales de Santa Ana y en el 2016  el de Testimonio en los Juegos Florales de San Salvador. Ha escrito cuento, testimonio, poesía y microrrelatos.