Suchitoto, Gaceta noticias -El Slavador-

Alejandro Cotto, reflexiones unos años después de su muerte.

La última conversación con el loco del pueblo.
¿Cómo le gustaría que lo recordaran en su pueblo, cuando muera don Alejandro?   Fue una de las últimas preguntas que le hice. Con el bastón entre sus manos y una mirada de melancolía suspiro y dijo: “…en estos tiempos, ya nadie se acuerda de los muertos…”

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Luego de su reciente y sensible fallecimiento el  6 de junio de 2015, aquellas palabras resuenan entre las calles empedradas que dan a su última morada.

La casa de don Alejandro Cotto es una suerte de jardines, misterios, secretos, sueños y memorias. Cada rincón contiene vestigios de su impronta indeleble. Bellos jardines, fuentes, espejos de agua, libros bordados con la filigrana de sus manos. Esculturas donde el golpe del cincel y los años atestiguan la lealtad de su celoso resguardo. Pinturas, partituras, fotografías, documentos, periódicos y manuscritos, colecciones de gran valor patrimonial que lejos de sus celosas manos pueden atentar al olvido.

Muchos fuimos testigos de su celosa custodia. Su delicada y grave voz de ángel, describía con fino detalle la historia de cada pieza entre los altares. Con enorme lucidez los recuerdos se dibujaban en los corredores de su casa. Uno a uno describía los nombres y anécdotas de amigos, amigas y sus lejanos viajes. Era muchas veces un poeta de la palabra. Un caballero elegante deslizándose entre dinteles del tiempo. Obstinado con el vuelo algunas noches viajaba entre los cielos armónicos de Beethoven, Schubert, Tchaikovsky,  Handel y Strauss.

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Este hombre amó su pueblo como ya pocos lo hacen en este tiempo. Lo amó hasta el odio. Dedicó su vida a construir sueños, fue de esos Locos lindos del pueblo, que todos conocen y nadie comprende. Su pasión hasta la locura fue el Cine. Dirigió el primer largometraje del país, registrando sueños celuloides, desparramados hoy en el olvido. A su pueblo le escribió su himno, dibujó su plaza y escudo, y Suchitlán dio por nombre al lago. En medio de su divina locura, soñó con lo imposible en aquel entonces: hacer cine desde un pueblo, construir un teatro desde las ruinas y establecer un festival internacional de arte en medio de la guerra. Recogió del estruendo del fuego la memoria de valiosos objetos, santos y martirios. Cuando todos se fueron huyendo de la guerra, él se quedó a resguardar la memoria junto a su pueblo. Rescató el olvido memorable de los días perdidos. Cultivó las más bellas flores de su jardín con dedicación, construyó carrozas con corceles parisinos. Escribió innumerables  memorias y poemas; transformó con su pluma el pueblo, hasta llevarlo a los albores del siglo XXI.

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Necio y obstinado con lo perfecto, su brazo jamás torció ante los hombres. Su visión del mundo, el cine y el arte fue integral ecuánime, parsimoniosa y gallarda. Como buen arquitecto de sueños cultivó sus jardines, construyó su Teatro y más de veinticuatro festivales fueron cuidados por la fineza de su gusto, desfilando exquisitos exponentes de la música y danza clásica y contemporánea. Era todo un derroche de lujos para un pueblo de caminos empedrados, que nunca abrazó ni entendió completamente la grandeza ni gentileza de sus sueños.

Pocos recordarán sus gestas, triunfos y sueños. Acaso algunos señores que miraron brotar el fruto de sus promesas. Acaso algunas señoras que siguieron sus pasos y creyeron junto a él en los sueños. No es ningún arrebato decir que Suchitoto no sería lo que hoy es, sin los sueños de este pequeño hombre. Pero en un país mediático y carente de memoria, el olvido de su gesta casi es posible. Y a pesar de que son muchos los frutos para ignorar su  aporte y legado, no hay ningún esfuerzo por preservar y dar a conocer sus gestas y legado entre las nuevas generaciones.

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Hoy su cuerpo alimenta los jardines de su casa, para amanecer mañana como aroma frutal entre las flores y los trinos de los pájaros. Pocos lo comprendieron. Raras veces se comprenden a locos de ese tipo en los pueblos.   Y es que como muy bien me dijo: “en estos tiempos, ya nadie se acuerda de los muertos”.

Hoy recuerdo el último sueño que soñamos con su Casa: convertirla en un Centro Cultural que llevara su nombre. Proclive al olvido su vida y su casa es un enorme legado patrimonial para Suchitoto y el país. Ojalá el pueblo asuma el compromiso de continuar sus sueños, así como de vigilar y cuidar el valioso legado guardado en la salas de su casa.

Este inmueble fue cedido por decisión personal de don Alejandro en el 2009 al Centro Cultural Salvadoreño Americano siendo ellos actualmente propietarios legales del inmueble y custodios de los bienes muebles. Pero por derecho patrimonial e histórico el pueblo es y debe asumir el compromiso de vigilar y velar por el resguardo, conservación y buen uso del legado por el que luchó y dedicó toda una vida el hijo meritísimo de su pueblo: Alejandro Cotto.

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A dos años de la muerte de don Alejandro el Centro Cultural Salvadoreño Americano, como heredero e institución cultural es responsable de dar continuidad al trabajo cultural no solo protegiendo sino promoviendo la vida y obra de don Alejandro Cotto. Actualmente, a parte de cuidar la casa y los jardines, apenas hay un par de paneles informativos colocados en un corredor de su casa, pero no existen o no se conocen mayores esfuerzos ni iniciativas por inscribir y registrar su patrimonio, por recolectar y promover su obra como cineasta, por publicar sus últimos escritos -uno de sus últimos deseos-, ni un programa que dé a conocer su legado entre las nuevas generaciones.

Al parecer don Alejandro Cotto, seguirá siendo la persona que se quedó cuando todos se fueron y al que olvidaron cuando él se fue y todos se quedaron.

md/

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2 comentarios en “Alejandro Cotto, reflexiones unos años después de su muerte.”

  1. En Suchitoto ciertamente se necesita que un «ocaso de los ídolos». Cultural e intelectualmente hablando fue su hermano el mayor exponente de esos ámbitos, publicando poemarios en la UNAM.

    Este señor ciertamente siempre estuvo colgado de efímera fama que tuvo en el cine para justificar su tratos pedantes contra los mismos habitantes del pueblo, a los que siempre trataba de forma peyorativa y con el calificativo de vulgares… Sin duda uno de esos personajes que se creen estetas como Oscar Wilde, pero en realidad sólo son de esos que llegan a las galerías únicamente a acomodarse la bufanda…. A lo mejor se sentía identificado con los grupusculos burgueses del pueblo, pero con el pueblo mismo, eso nunca.

  2. Margarita O'Farrill Domínguez

    Cuando supe que el heredero sería el Centro Cultural Salvadoreño Americano imaginé su sello con clases, formación, foros y demás actividades académicas que lo caracterizan. Imaginé una fusión entre cultura y educación.
    Disfruté gratamente la velada con guitarras y el coro Vox Cordis y después????
    Animemos y exigamos al Centro Cultural Salvadoreño Americano que honre su palabra. Tiene un prestigio y experiencia que lo respaldan.
    Y bueno, nos vemos esté sábado para seguir gestionando y uniendonos como suchitotens@s.

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